viernes, 5 de noviembre de 2010

Ciudad Tinto, sin alcalde

En esta ocasión fuimos a cenar a Ciudad Tinto, un restaurante que abrió hace pocos meses en la colonia Nápoles, atrás del WTC. Como es una zona de oficinas y llegamos temprano en miércoles, éramos literalmente los únicos. Más tarde fueron arribando otros comensales, sin que se llegara a llenar ni mucho menos.
Algo que nos motivó a ir es que vimos en internet que la chef ejecutiva y las dos chefs que llevaban la operación son mujeres, algo todavía poco frecuente en un ámbito dominado por el machismo. Sin embargo, después nos enteramos por vía informal que el chef ejecutivo es hombre.
El lugar es muy agradable, con mucha madera, colores cálidos y jardineras por todos lados. La hostes es de las pocas, por no decir la única, que nos ha tocado que desempeñaba bien su función, menos cuando le cerró el paso a Gerardo en su camino al baño, plantándose como amazona en medio de la escalera y preguntando si tenía reservación, cuando ya íbamos en el segundo plato.
La carta, no muy extensa, contaba con 16 entradas y 16 platos fuertes, además de las sugerencias con opciones que iban desde quesadillas, taquitos y tostadas, hasta carpacho, aguacate con camarones, ensaladas, etc. En su página se anuncian como cocina fusión, que sí es palpable en la oferta pero, por la variedad de platillos podríamos decir que más bien es cocina internacional con ciertos platillos de fusión.
Para abrir boca comenzamos con unas margaritas, Sonia de tinto ($60) que estaba buena sin ser la más maravillosa, y Gerardo una de tamarindo ($60) que le agradó bastante, y más porque era una tarde calurosa.
Como  entradas pedimos dos al centro, una quesadilla de marlín adobado ($110), que era una sincronizada aderezada con cebollas moradas en escabeche y salsa verde picosita. Era una muy buena opción, bien presentada con la temperatura adecuada muy equilibrada de sabores.
Y de segunda opción nos fuimos por unos taquitos de pato al horno ($220) que, como los sirvieron al mismo tiempo, ya los comimos fríos,  pero aparte de que la tortilla estaba helada y tiesa, el pato más la salsa roja que lo acompaña estaban muy buenos.


Ya de fuerte, a Sonia se le antojaron unos ravioles gigantes ($130) rellenos de tres quesos con salsa de mejillones, que no fueron gran éxito, pues parecían ravioles congelados de COSTCO, con una salsa que no sabía ni poquito a mejillón, más bien sabía a sopa de lata.
Y Gerardo ordenó una pechuga de pollo con mole de pistache ($145), acompañada de arroz blanco y plátano macho frito, que estaba buenísima. Una preparación muy cremosa por la grasa de los pistaches pero nivelada en sabor, con típicos ingredientes de un mole tradicional como cilantro, perejil, hojas de rábano etc. Buena presentación, temperatura correcta y excepcional sabor.
Para maridar nuestros platos fuertes estábamos indecisos, por lo que pedimos ayuda, pensando en que si es un restaurante con una cava tienda, habría un sommelier o experto en el tema. Para nuestra sorpresa no existía tal, y el mesero (enviado por alguien más ignorante) nos recomendó un tinto muy fuerte, y la verdad no le hicimos caso y mejor nos guiamos por el gusto de un bien conocido Casa Grande, de Casa Madero ($340) que maridó  a la perfección.
Una Ciudad Tinto sin sommelier es como una metropolí sin alcalde.
Eso sí, la carta de vinos era muy extensa y cuidada en cuanto a la oferta de tintos, con mucha presencia de bodegas “nuevas”, pero al llegar a los blancos o a otros países, la oferta se agotaba. ¡Gracias por apoyar a la vitivinicultura mexicana!
El ambiente, aunque con poca gente, es agradable y el servicio constante, amable y esmerado, pero les faltaba capacitación tanto en el contenido de la carta como, colmo de los colmos, en materia de vinos.
La carta de postres sin ser extensa cuenta con opciones para todo gusto, desde chocolate, cremoso, frutales, y selección de helados Häagen-Dazs. Ante esto, Sonia se fue por una crema de limón con frutos rojos ($60) que la verdad no era muy buena, porque la crema base con la que estaba realizada  era muy, muy grasosa y mataba toda la frescura del cítrico.
Gerardo  pidió unas láminas de manzana con helado de vainilla ($65) bastante agradable, a excepción de una salsa de caramelo que sabía a paleta Tommy.
Para acompañar los postres, Gerardo pidió un vino chileno de cosecha tardía de la bodega Concha y Toro ($50), que tenía un marcado sabor a ate de guayaba, pero que no tenía un sabor tan refinado como otros vinos de cosechas similares que había tomado en otros lados.
Sonia prefirió un digestivo y pidió un Licor del 43 ($75) en las rocas a lo que Gerardo acompañó con un té Earl Grey ($26).
Como detalle curioso, los baños estaban bonitos y tenían un jabón maravilloso y una crema estupenda para las manos.
Una de las sorpresas más agradables de la cena fue cuando llegó la cuenta y nos percatamos de lo barato que salió. Fue como viajar a una ciudad extranjera provenientes de un país con una divisa más fuerte.





Dirección
Dakota 159, Col. Nápoles
Tels. 5543-2313 / 5543-3142
Horarios:
Dom. a Lun. de 13:00 a 18:00 hrs.
Mar. a Sáb. de 13:00 a 1:00 hrs.

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