Para el post de esta semana fuimos a la sexta y última charla-degustación en el castillo de Chapultepec, dentro del ciclo Sabores de la historia impartida por el investigador Edmundo Escamilla junto con el jefe de cocina Yuri de Gortari.
La combinación de elementos en el marco monumental, la charla amena, la degustación interesante, la encarnación de personajes por un actriz y la música en vivo, hacen que sea una experiencia única por la que valió la pena pagar $450 por persona o $2,400 del abono por las seis pláticas.
Sin embargo, en esta última la experiencia comenzó mal porque, por causas ajenas a los organizadores, el evento empezó una hora más tarde y subimos al castillo cuando ya era de noche y nos perdimos la vista de un espléndido atardecer. Lo peor fue que tuvimos que hacer una cola de más de 45 minutos entre mosquitos ponzoñosos, porque sólo había 3 camionetas para subir a unos cuantos centenares de personas.
Para colmo, cuando logramos subir, no había donde sentarse porque el éxito desbordó a la organización.
El tema de la charla fue: “El maximato callista, Lázaro Cárdenas y la nueva revolución en el estilo de vida cotidiano: la llegada de los electrodomésticos”.
Tras la conferencia de Edmundo y la explicación de los platos de Yuri, un ejército de meseros salió de la cocina con una bebida que acostumbraban tomar Frida Kahlo y Diego Rivera llamada Amor Brujo, que era simple agua de jamaica con ron y azúcar, que se subía rápido.
Le siguió la sopa de macarrón con almendra, que llevaba la almendra molida en el caldo, cambiando la textura de la salsa.
El tercer plato era un pollo en nogada, que salía por completo del concepto de nogada blanca, pues era más bien un tipo adobo rojo con cacahuate y canela, siguiendo la receta de la época.
Lo siguiente fue una torta de elote salada con rajas, un platillo común, pero interesante por lo salado que secaba la textura y que rompía con el típico concepto que manejamos de torta de elote, que es más bien dulce.
Luego llegó el cerdo en salsa de ciruela, un poquito seco (por las dificultades del servicio) pero la salsa, aunque era poca, salvaba el platito.
El penúltimo plato fue un cuete mechado con salsa de sidra, muy bueno, como de los tiempos de la abuelita.
Y para finalizar, ya más de nuestra época, sirvieron un pastel de tres leches elaborado, a diferencia de la mayoría de los que se ofrecen actualmente, con las leches cocidas.
Todo en porciones de degustación, pero suficientes para complementar el conjunto del evento.
Adicionalmente ofrecían dos tipos de vino tinto y dos de blanco, además de refresco o agua embotellada. Los vinos que se anunciaban en cada mesa en una hojita con el precio, eran los blancos Casa Grande, de Casa Madero, y Blanc de Blancs; mientras que los tintos eran Serafiel, de Adobe en el Valle de Guadalupe, y Monteviña, de menor calidad. Obvio, por la cantidad de gente los vinos de mejor calidad volaron.
A lo largo del ciclo de charlas se abordaron momentos significativos de los últimos 200 años que incluían la historia de la vida cotidiana de los grandes personajes, pero también el día a día de los mexicanos comunes. Con especial énfasis en los chismes de la época, en donde nos enteramos de cosas como que una antepasada de Edmundo le puso el cuerno a su marido con Agustín de Iturbide, pero también de cómo vivieron los máximos líderes de nuestro país en el Castillo de Chapultepec.
También se trataba de festejar el Bicentenario y el Centenario, echando “un vistazo a la historia a partir de lo cotidiano”, en donde la comida de todos los días es un protagonista obligado, pues como dijo Edmundo en una de las charlas: la comida es uno de los primeros elementos que constituyó la identidad nacional.
El duo de Yuri De Gortari y Edmundo Escamilla inició hace varios años con el restaurante La Bombilla, que se transformó en un servicio de banquetes, y que fue el germen de lo que actualmente es la Escuela de Gastronomía Mexicana.
Las charlas en el Castillo comenzaron en el año 2002, junto con la colaboración de CONACULTA-INAH, El Museo Nacional de Historia y la Fundación Promuseo Nacional de Historia. En aquella ocasión fueron cuatro pláticas con el tema de La Comida Virreinal.
En esta oportunidad el ambiente se enrareció por los festejos del Bicentenario y la logística se complicó porque la seguridad estaba en manos del Estado Mayor Presidencial, que puso múltiples restricciones en un México dominado por la paranoia de la guerra contra el narco.
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