Nos comentaron de un nuevo
restaurante japonés que tiene un par de meses que abrió en Polanco, llamado
Hanzo, y que es un lugar de moda, así que fuimos a cenar.
Reservamos con anticipación,
pues el lugar se llena y no hay otro modo de poder tener mesa. Al llegar vimos
la primera señal de que sí es un lugar de moda: hay un cadenero en la entrada,
que la verdad no opuso mayor problema a que entráramos y desde lo alto de su
Olimpo de cadenero, nos franqueó el acceso.
Ya adentro nos gustó el
lugar, con un salón bellamente adornado y una terraza realmente acogedora en la
que daban ganas de quedarse. De hecho nos habían asignado una mesa ahí, pese a
que la reservación fue hecha en el área de no fumar. No aceptamos porque había alguien
fumando un tremendo puro y nos iba a estropear el sabor de los alimentos y el
vino.
Como la planta baja estaba a
reventar, nos acomodaron en el primer piso, en un salón más sencillo y con
pocas mesas. En recompensa había un lindo ventanal con vista a la avenida
Presidente Masaryk.
Como es costumbre nos
ofrecieron de beber y Eva eligió, entre una amplia carta de bebidas, un martini
con lemon grass ($110) que era agradable, pero demasiado dulce.
Gerardo prefirió una
botellita de sake ($450) que por cierto nadie le servía y por fin se la llevaron
cuando estábamos comiendo las entradas.
Desde el principio el
servicio fue descuidado y los meseros no tenían un buen (y a veces ni malo)
conocimiento de la carta, ni sabían muchos detalles de los platos, lo que
dificultó mucho decidir qué ordenar.
Finalmente pedimos tres
entradas al centro, al mismo tiempo que Eva solicitó le mostraran la carta de
vinos.
Y llegaron las entradas: Primero unos dumplings rellenos de res fritos ($125), sabrosos pero no
excepcionales.
La segunda era Shishito con
salsa miso cítrica ($75), que eran pimientos japoneses salteados con miso y
limón amarillo. Realmente buenos.
Y lo que resultó ser el
mejor plato de la noche, el Trío de Langosta ($340) que era ese crustáceo
presentado como sashimi, tempura y ceviche. A Eva le encantó el primero, en el
que se percibían todos los sabores y cuyo aliño combinaba a la perfección, sin
quitarle protagonismo a su majestad la langosta. El tempura también tenía muy
buen sabor y textura y a Gerardo fue lo que más le gustó. El menos popular fue
el ceviche.
Mientras llegaban los paltos
fuertes pedimos unos nigiris, los de Eva eran Maguro (de atún $85) y los de
Gerardo Ebi (de camarón $70), que estaban muy buenos y venían presentados en
pares.
Menos mal que pedimos ese entretiempo,
porque todavía tardaron 25 minutos en traer el pato fuerte. Eva eligió la
Pechuga de pato al sartén en especies asiáticas y espuma de siracha con naranja
($285). La carne estaba muy bien cocida y sabrosa y la salsa combinaba muy
bien. Buen plato.
Gerardo prefirió el Black
Cod con salsa miso cítrica ($310), que era un bacalao negro al horno con la
salsa mencionada y germinado de chícharos. Se quedó por debajo de sus
expectativas, sin que se pudiera decir que era un mal plato.
Por cierto que la carta de
vinos nunca llegó, ni de motu propio ni porque alguien del personal la llevara,
pese a que la solicitamos varias veces. Eva tuvo que levantarse a pedirla a un
caballero en el salón. Como ya habían llegado los platos fuertes y la idea no
era maridarla con aire, decidió ordenar rápidamente algo seguro: un Ensamble
Arenal 2008 ($450). Nos sorprendió gratamente el precio, menos de la mitad que
en otros restaurantes. En general el precio de los vinos era muy accesible.
Pero desgraciadamente hubo
un cambio en el servicio que nos estropeó el fin de la velada.
Llegó a atendernos un mesero
al que no habíamos visto antes, quien con mirada desafiante y actitud soberbia
afirmó que esa botella no era la mejor elección. Y esa actitud la mantuvo
durante toda la noche.
Para cerrar la parte salada
de la cena y que tuviera un poco más de sentido haber pedido el vino, que
todavía tardaron 10 minutos en llevar, se nos ocurrió pedir sendas Sopas de
huachinango y miso ($55 cada una). Pero como pasó con el vino, todos recogían
el pedido, pero nadie lo hacía efectivo. Así que esperamos y esperamos hasta
que decidimos cancelarla y entonces sí, tardaron dos minutos en llevarla a la
mesa.
El mesero soberbio no se
dignó a avisarnos que ya iban a cerrar la cocina, por si queríamos postre y nos
enteramos al pedirlo. Con todo, tras la intervención del capitán, conseguimos
encargar Eva una Pera pochada en vino de ciruela con salsa de té chai ($90).
Y Gerardo unos Spring Rolls de Ganache de chocolate blanco con ensalada de frutas
y salsa de menta ($55).
Como nos habíamos quedado
con el gusanito de sentarnos en la terraza pedimos que nos llevaran todo ahí en
donde además nos sirvieron sendas copas de Amarula ($70 por cabeza) que era una
crema licor sudafricano hecho con fruta de marula y que de alguna manera nos
recordó algo al Baileys.
Desgraciadamente, hasta ahí
nos siguió el nuevo mesero que lo menos que se puede decir es que era
impertinente. Lástima, porque el lugar es encantador y la comida no es mala.
Dirección: Presidente
Masaryk 120, Col. Polanco, Ciudad de México.
Tel.: 5203 4815.
Horarios: Dom. de 13:00 a
20:00 hrs.
Lun. a Sáb. de 13:00 a 01:00
hrs.