martes, 15 de junio de 2010
Diana sin calzones
La estatua de la Diana Cazadora es el emblema del restaurante del mismo nombre en el Hotel St Regis, en Paseo de la Reforma junto a la glorieta de la susodicha escultura de la diosa desnuda. Y precisamente, conocer a alguien al desnudo es entrar al terreno de la realidad íntima de la persona o cosa que se conoce. En México tenemos una frase que ejemplifica esto muy bien y que dice “a calzón quitado”. Y eso es precisamente el tipo de crítica que buscamos hacer en este blog.
Así que a calzón quitado decimos sin mordernos la lengua que el restaurante Diana no nos gustó.
Es un lugar grandilocuente y faraónico, con aspecto versallesco contemporáneo y frío como las mansiones del Ciudadano Kane, de Orson Wells. Además caro y todo para que al final haya pocas nueces y mucho ruido.
Lo primero que nos decepcionó es que no se veía la Diana, a no ser que se colgara uno de la terraza a riesgo de caer en picada sobre la acera. Luego, entre tanto oropel, la tela de los sillones del gabinete estaba cochina.
De los alimentos y bebidas vayamos paso por paso. Para empezar no tenían carta de bebidas y el mesero recomendaba de viva voz los tragos. A Sonia le recomendó un cocktail llamado Alas de Ángel, que era un Martini que más bien parecía como de ángel recién expulsado del Paraíso, con un concentrado de fresa salido de la fábrica del mismísimo Lucifer. Gerardo, muy finolis, pidió para que Sonia no se burlara, un Fino la Ina, pero como no tenían le propusieron un Tio Pepe, con lo que acabó en la otra opción que no es el eterno whisky en las rocas.
La carta de alimentos estaba escrita en ‘pocho’, o sea, en inglés sin traducción y con los títulos de algunas secciones en español. Así, iniciaba con “Botanas” y seguía con las “Starters” y los nombres y descripción de los platos sólo en inglés. No es tan sorprendente si consideramos que de las cinco mesas ocupadas (una muy concurrida) erámos los únicos que no hablábamos el idioma de Bukowski (escritor norteamericano que se educó en la bragueta de un soldado) que no la lengua de Shakespeare.
La carta en conjunto era una mezcla de platillos, españoles, ingleses, franceses (mediterráneos) y toques muy raros de productos mexicanos que fascinan a todos los chefs extranjeros, pero que al final para el público mexicano no son nada novedosos. Como el atún sellado con pico de gallo, o una mezcla de hongos con hoja santa que a nuestro parecer el chef decidió añadir usando el método Vilchis (al vil chilazo).
Entrando al botaneo (así en español) pedimos para compartir un mil hojas de berenjena con cebollitas y cilantro y coulis de tomate ($125) que más que mil parecían cien hojas y carecía de toda la delicadeza de un mil hojas.
Y de Starter se nos ocurrió probar la ensalada Nicoise ($165) que no tenía ni la “n” de Nicoise, pues estaba hecha con árugula y berro, papas medio fritas (chiclosas) y un atún más que sellado, duro y soso.
Los platillos fuertes también los compartimos. Ordenamos el rack de cordero al horno con menta fresca y salsa de pimienta negra, papas y croqueta de apio ($335) al que no le encontramos la menta y como el capitán nos lo había ensalzado precisamente por la menta, la reclamamos y nos la llevaron ¡en jalea! Y así fue como al igual que el coco deviene en cocada, la menta terminó en mentada, pero no cambio mucho al platillo. Además venía bañado en una salsa demiglasé que parecía recién salida de la lata.
Siguió el rock cornish (pollito de leche en el leguaje de Cervantes que no de Cantiflas) marinado con Lima y ajo con aceite de Oliva, puré de papas y salsa de tomillo ($230) que en realidad no estaba ni para opinar acerca de él, de lo más equis.
Para maridar todo dudamos entre un Beaujolais Villages, La Tour Goyon, 2007 ($730) que el capitán nos ensalzaba como una elección segura, porque no conocía el Tabla No 1, Aguascalientes 2007, ($1,340), de una bodega nueva de Baja California, que es el que nos había llamado la atención y que el insistía en decir que era un monovarietal Merlot, cuando en realidad era un Malbec con fuerte aroma a mermelada de Frutos rojos y textura aterciopelada.
Decidimos no hacerle caso al capitán y pedir el Tabla No 1 que valió más que la pena. Dentro de la carta de vinos, los más caros eran un Borgoña, Romanée Conti, Grand Cru Romanée Conti, Côte de Nuits, 2004. $105,100. Y un Pomerol Cháteau Petrus 2001 a 109,500. O sea, por ese precio mejor pedimos un Chevy super equipado y con el tanque lleno de gasolina Premium.
Nos quedamos con la impresión de que los precios desorbitados obedecen en gran medida a que la mayor parte de sus clientes son altos funcionarios corporativos a los que sus empresas les pagan los gastos y así no nos sorprende que Citibank y General Motors, que durante décadas fueran los gigantes de su ramo, estén ahora en situación de quiebra.
Y una compapación para que se den una idea, El Icaro estaba a $2,455, cuando en el Oca lo pagamos a $980 o el LA Cetto nebbiolo que estaba a $690 y en el Sud 777 costaba $340.
Para tomar el postre, Gerardo se quiso salir a la terraza, que es la mejor zona, y que aunque no se ve la Diana desde ahí se tiene una gran vista. Lo que sí nos llamo la atención fue que la decoración era de terraza de hotel acapulqueño venido a menos. Para compensar veíamos la Torre Mayor.
De postre Sonia pidió el Turrón helado con salsa de Chile y brandy Cardenal de Mendoza ($105), una porción enorme, de buen sabor y una mezcla interesante de chocolate en la salsa de chile.
Gerardo, tan saludable como siempre, pidió las moras frescas de temporada, marinadas con semilla de pirul, helado de chico zapote y reducción de vino tinto y especias ($105) que no le gustó para nada pues el pirul que estaba en crema y arruinaba todo el plato. Para maridar el postre Sonia tomó una copa de Banylus Domaine L'Étoile 1996, Macéré Tuilé. ($125) un excelente vino con un marcado carácter a cítrico, específicamente limas, y Gerardo un Muscat Beaes de Venise, Domaine Durban, 2006 ($105), el típico vino de postre.
El servicio era bueno, el capitán en particular fue muy amable y estuvo muy atento de nuestras peticiones.
La música también era como para mencionarla, jazz clásico que derretía un poco el témpano que visitábamos esa noche.
Lo que creemos que valió más la pena de toda la noche fueron las elecciones de vino, que superaron por mucho a los alimentos.
Tras nuestra visita al Diana nombraron a Enrique Farjet gerente de Alimentos y Bebidas del St Regis y supimos que entre las acciones que piensa emprender está modificar la carta del Diana. Una sabia decisión.
Como comentario, la vista que sí vale la pena es la de la terraza del bar Nat King Cole, desde donde se ve a la Diana Cazadora desnuda, sin los calzones de bronce que le mandó poner la Liga de la Decencia en la época de Ávila Camacho.
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No saben como he disfrutado esta reseña, he reido a carcajadas...
ResponderEliminarSonia, me da gusto ver tu esencia plasmada en este proyecto, se deja sentir, te felicito... Un abrazo demasiado fuerte!
Julito Velasquez Elias