martes, 28 de diciembre de 2010

Tenampa... entre botellas y festejos


Siguiendo en la línea de cero glamour, pero esta vez por voluntad propia, el miércoles fuimos a cenar al Tenampa en la recién remodelada Plaza Garibaldi. Si quiere recibir el nuevo año entre botellas y borrachos, éste es el lugar ideal, pues en la plaza no sólo encontrará mariachis que lo acompañen en su dolor, sino que tendrá servicio toda la noche, ya que hay vendedores que se acercan a ofrecerle un trago de "tequila" en vasitos de plástico.
Si lo que quiere es visitar el nuevo Museo del tequila y el mezcal, será mejor que llegue temprano, no sólo para evitar a tanto borracho, sino porque es de presumir que tiene horarios, aunque fuimos incapaces de averiguarlos luego de leer todas las notas periodísticas que dieron cuenta de la apertura. En información telefónica no aparece el número del museo y tampoco tiene página de internet. Cuando nosotros llegamos ya estaba cerrado.
Uno de los motivos por los que decidimos ir al Tenampa fue para llevar a Evangelina, mamá de Eva, quien tenía ilusión de oir la música de mariachi. Así que tras la cacareada noticia de la rehabilitación de la plaza en torno a la cual se reunen estos músicos, decidimos ir y nos llevamos un fiasco.
Ya en el Tenampa, tras esquivar vasos, botellas y fluidos de dudosa procedencia en la plaza, pedimos Eva y su mamá un tequila Tres Generaciones añejo ($66 cada uno) y Gerardo un Herradura también añejo ($75). Con este último no hubo problema, pero los dos anteriores más bien parecían tres degeneraciones. Siendo benévolos podemos decir que no era añejo, y probablemente ni tequila, sino un pésimo licor de caña de azúcar. Ahí comenzaron los problemas, pues el capitán, muy airado nos informó que en ese lugar ni adulteraban licores ni los falsificaban, por lo que tampoco aceptaban cambios o devoluciones.
Como el hombre se subió en su macho y no había manera de hacerlo entrar en razón Gerardo le dijo que no había problema, que le íbamos a pagar esos brebajes pero no teníamos por qué beberlos, y que hiciera el favor de mandarnos otros, pero que esta vez nos lo sirvieran directamente de la botella. Así se hizo y si bien no podemos asegurar que fueran auténticos, por lo menos sabían a tequila añejo. Al final no nos cobraron los tres degeneraciones. La sangrita por cierto era imbebible, pero ahí ya no se podía hacer nada, pues por descuido no pedimos la de la casa ($20), y nos sirvieron de La Viuda de Sánchez ($17) que se se vende embotellada.
Ante la sorpresa de los tragos, optamos por preguntarle antes al capitán si nos recomendaba el cabrito, a lo que éste puso cara de "ni se les ocurra" y nos sugirió el chamorro adobado o la Parrillada Tenampa ($265) que llevaba arrachera, cebolla, longaniza, chicharrón, champiñones, bistec y queso. Todo en abundancia y para taquear. Comimos los tres sin problema. No es que fuera un manjar refinado, pero para como están la mayoría de los comensales del lugar, que por lo general ya llevan bastante alcohol en en el cuerpo, cualquier cosa es buena para meter entre pecho y espalda.
Para acompañar solicitamos un guacamole con totopos ($31), que tenía más tortillitas fritas que aguacate. En su favor tenemos que decir que los hemos comido peores en lugares de más caché, pero tampoco era algo extraordinario. Para definirlo en términos de ecuación algebraica diremos que estaba muy "x".
Mientras esperábamos a que trajeran la comida pasaron varios mariachis ofreciendo sus servicios a $80 pesos la melodía, pero preferimos a un trío jarocho que estaba mocho, pues lo integraban dos músicos. Nos tocaron varias canciones, incluyendo la bruja, el tilingo y un son en donde iban improvisando peladeces de doble sentido, pero con enorme gracia que hicieron que Eva se destornillara de la risa.
También pasaban los que ofrecen dar toques eléctricos, una extraña afición masoquista muy socorrida en las cantinas mexicanas. Nosotros no aceptamos, pero en la mesa de al lado, un nutrido grupo de oficinistas entre los 30 y 40 años, se lanzaron un desafío para ver quién soportaba durante más tiempo las descargas eléctricas. Había una mujer en ese grupo que aguantó hasta el final en medio de unos alaridos descomunales. Acabó llorando, mientras se convulsionaba y, al final, perdió el conocimiento, lo que no parecía preocuparles gran cosa a sus compañeros que le improvisaron una cama de sillas que se abrieron y la pobre mujer terminó en el piso.
Nosotros salimos por nuestro propio pie sobre las 2:30 de la madrugada, con pocas ganas de regresar.
Siendo aficionados de las tradiciones mexicanas debemos decir que sí nos desilusionamos. Nos hubiera gustado ver algo mas refinado y cultural, donde se pudiese disfrutar en familia y de modo tranquilo este genero vernáculo. La realidad es que nos pareció un lugar con un ambiente un tanto pesado y por lo tanto no muy apetecible de visitar con regularidad. Les recomendamos asistir en un horario mas diurno (de preferencia salir de ahí a las ocho de la noche) para que no se encuentre la plaza en plena “fiesta”.
Y por supuesto, nos gustaría encontrar un lugar más amable para escuchar este tipo de música tradicional mexicana. Esperamos encontrarlo pronto.
Dirección: Plaza de Garibalidi 2,
Col. Centro
Tels.: 5526 6176 y 5772 6419
Horarios:
Lun. a Dom. de 13:00 a 02.00 horas
Nota: Todas las fotos fueron tomadas con un iPhone 4.

Recomendación para el 31 de diciembre

Si lo que busca es un lugar refinado para despedir al 2010 y recibir al 2011, entonces le recomendamos ir a Nobu, en Bosques de las Lomas. Este restaurante, del afamado chef del mismo nombre ofrece dos menús para la noche de San Silvestre:


miércoles, 22 de diciembre de 2010

Philippe... cero glamour

Este fin de semana fuimos a cenar al restaurante Philippe, en el cruce de Paseo de la Reforma y Constituyentes, en lo más alto de las lomas de Chapultepec, un lugar de ricos, pero feo.
El restaurante está en los bajos de un edificio, en una auténtica isla de concreto rodeada por un mar de coches. Gerardo llegó a las 9:30 y se encontró un lugar gélido y despoblado. Eva llegó un poco más tarde, porque venía de hacer sus compras navideñas. Cuando Eva llegó aún contábamos con la presencia del personal (bartender, capitán y hosstes) y había otra mesa donde estaban terminando de cenar.
Nos ofrecieron de tomar unos martinis que según el mesero son la especialidad del lugar y están hechos con vodka Grey Goosse. Eva se decidió por el de jazmín ($160) que le pareció aceptable y Gerardo prefirió un fino La Ina.
El restaurante, propiedad del chef chino Philippe Chow, abrió sus puertas en la Ciudad de México en 2006 y forma parte de una cadena que tiene su buque insignia en nueva York y cuenta con sus réplicas en Miami, Los Ángeles, East Hampton y Long Island.
La carta, si bien amplia, resultaba muy repetitiva, con descripciones en muchos casos insuficientes (en los rollitos de langosta no había ninguna). Tenía una oferta mas bien común con platos tradicionales y sólo un pequeño apartado denominado Philippe Contemporary.
Muy importante : no nos gustó que los nombres de los platos estuvieran en inglés con la descripción abajo en español, en letras pequeñas. Si el restaurante es chino que los pongan en todo caso en mandarín o en cantonés, con su explicación en castellano, pero no en inglés, sino en español. ¡Estamos en México!  Nosotros pondremos los nombres en español por respeto a nuestra lengua.
Decidimos comenzar con cuatro entradas que fueron saliendo una tras otra, sin darnos tiempo de terminar la anterior y así, irremediablemente, se fueron enfriando.
Primero llegaron los Tacos de filete de res envueltos en hoja de lechuga con salsa de ciruela ($240) que con una presentación simple, combinándolos con la salsa, estaban bien en sabor y textura pero sobrevaluados, considerando la relación calidad y precio.
Los segundos fueron los Tallarines planos con pollo frito ($220). Los más aceptables. La combinación de ingredientes resultaba agradable. Único error: estaban fríos.
Luego los Rollos de langosta ($310) que tenían forma de ‘maki’ japonés. Venían rebozados con fécula de trigo y estaban acompañados de una exageradísima cantidad de perejil frito, nueces caramelizadas y una vinagreta. Como los comimos luego de 20 minutos de que los habían dejado en la mesa, estaban helados y, por lo mismo, la textura que habían adquirido no era la correcta. Caros, fríos y misteriosos, pues no tenían descripción ni nadie se tomó la molestia de explicarlos.
La ultima entrada fueron los Dumpling mixtos ($280). Había dos piezas de cada uno de los siguientes rellenos: sopa de cangrejo con carne de cerdo; edamame y, por último, sieu mai con cerdo y hongo negro. Estaban acompañados por una salsa de soya, jengibre y aceite de ajonjolí. Eran unos dumpling comunes y corrientes.
Mientras tanto, y poco a poco, el personal iba desapareciendo del restaurante: primero se fue la barman, después el capitán y luego el resto del servicio hasta que nos quedamos prácticamente solos y desatendidos. Exceptuando, por supuesto, a nuestro mesero, quien como el último de lo mohicanos se acercaba intermitentemente a nuestra mesa. Esto, obviamente, nos hacia sentir como si estuviéramos perdidos en el ultimo rincón de la tierra y no en un restaurante de lujo. Aun así decidimos continuar.
La carta de vinos era simple con oferta de diferentes países y algunas etiquetas muy caras. En realidad no se nos antojó nada más que un buen Merlot Monte Xanic cosecha 2006 ($720).
La primera opción de Eva fue el Robalo chileno al vapor con salsa de fríjol negro y ajo ($260) el cual nos informaron que ya no había. Y de Gerardo el filete mignon de la casa con salsa de pimienta negra ($320), que tampoco lo tenían.
Ya que no había lo que deseábamos en primer término, decidimos ordenar el Pato Pekín (traído de Long Island, NY), que costaba $750 para dos personas y que tarda 55 minutos en prepararse. Pero el mesero nos informó que ya el chef no lo podía preparar porque “ya había apagado el horno”, razón que nos parece muy tonta y demasiado grosera.
Entonces, ya completamente desanimados, optamos por el Atún crujiente con salsa de pimienta y un toque de ajo ($280), que se ofrecía en el apartado de platos contemporáneos y que de contemporáneo no tenía nada. La salsa era de un color muy oscuro y la descripción del mesero fue que tenía pimienta (vaya explicación). En realidad era un abuso de la pimienta y un olvido total de el ajo, ya que éste no se percibía y el conjunto resultaba demasiado picante. El pescado, simplemente cubierto por fécula de trigo y sellado por acción de una fritura profunda, no sorprendía en lo mas mínimo. Además de que la presentación era más que simple, simplona.
El Pollo Beijing ($260) en salsa de fríjol negro con nuez de castilla caramelizada tuvo dos inconvenientes. El primero es que a Gerardo se le ocurrió utilizar la anterior nomenclatura de la capital china y lo llamó Pollo Pekín (como el pato a fin de cuentas) a lo que el camarero, que más parecía editor de periódico, salto y corrigió el “error” casi con espada de fuego. El otro problema es que el dichoso pollo no sabía bueno. Tenía una salsa de gusto demasiado intenso y con una marcada presencia de la fritura en el rebosado. La presentación eran trozos amontonados y la carne estaba demasiado seca. Beijing, Peking o bendito pinyin, el pollo era malo.
Cabe mencionar el hecho de que, de pronto, el chef y el subchef (que por lo visto no tenían nada mejor que hacer) comenzaron a deambular por el salón sin ningún reparo para después irse.
Para terminar, Eva eligió la Muestra de postres ($245) que consistía en miniaturas de todos los dulces de la casa. Si por un lado la presentación era muy vistosa, en contraste el contenido era muy común. No había ningún postre maravilloso dentro del muestrario. El mejor de ellos fue el creme brulé.
La opción dulce que prefirió Gerardo fue la Muestra de frutos de temporada ($120), que consistía en una mezcla de frutos rojos sin más compañía que ellos mismos, lo que le pareció estupendo, pues una fruta es, en su opinión, una réplica del cosmos que no necesita de nada más para ser deliciosa. La selección era excelente, fresca, jugosa y bien presentada.
Gerardo acompañó su postre con el llamado ‘Jazmín dragn phoenix pearls’ que era té verde con flores de jazmín enrolladas a mano ($40), que rebasaba la expectativa, luego de tantas decepciones.
Y Eva ordenó un martini de lichee $160 que fue preparado por quién sabe quien, porque la barman ya se había ido y por lo tanto no estaba nada bueno.
Al final, la cuenta fue estúpidamente cara para no haber comido ni tan sabroso ni lo que hubiéramos querido ni haber pasado un momento que se acercara aunque fuera remotamente a lo maravilloso. Fue una cena antiglamour. Thank You Mr. Philippe Chow.

Dirección: Paseo de La Reforma 2620, Lomas Altas
Tel.: 2591 8963
Horarios: Lun. a Sáb. de 13:30 a 23:30
Dom. de 13:30 a 17:30

jueves, 16 de diciembre de 2010

Tuna… aunque me espine la mano

El chef Richard Sandoval parece haber dicho: haré triunfar esa Tuna aunque me espine la mano, refiriéndose a su nuevo restaurante en la calle de Moliere, en donde antes estuvo el Pámpano, también de su propiedad, en sociedad con el tenor Plácido Domingo, y con el que ya se espinó, pues no tuvo éxito y cerró al cabo de un año.
Todo parece indicar que con el Tuna sí se sacará la espina.
Al llegar al lugar nos sorprendimos, porque esperábamos un restaurante y nos encontramos más bien en un lounge con música electrónica a un volumen ligeramente elevado y una decoración neoyorquina de los años 70. El concepto, si bien innovador, es ecléctico, con dos tendencias predominantes, la asiática y la latina (cualquier cosa que eso signifique).
El concepto de la comida, explicado por el mesero, es pedir los platos salados sin orden alguno, como en China (eso no lo dijo el camarero): entradas, platos fuertes, etcétera, pueden ir al centro de la mesa para compartir. La idea es que la gente experimente los diferentes sabores y texturas, y descubra nuevas sensaciones.
Comenzamos con un par de cocteles ofrecidos sin carta y sujetos a la buena fe de la explicación del mesero (que no fue muy detallada). Eva se decidió por una caipiriña tuna ($75) que resultó agradablemente dulce, ya que estaba hecha con la variedad roja de dicha fruta y era muy refrescante pues tenía mezcal en vez de cachaza. Gerardo eligió el mojito de mango ($80) que resulto agradable pues predominaba el sabor fresco de la hierbabuena sin opacar el delicado sabor del mango.
Después decidimos adoptar la propuesta del restaurante y ordenamos una serie de entradas, nada corta por cierto, comenzando por las carnitas de cerdo con fideos ($65), que de carnitas no tenían NADA, porque éstas se confitan en su propia grasa y lo que nos dieron era una carne magra de cerdo, seca, con salsa, vegetales y fideos (según Eva cocinados al wok).
Casi al mismo tiempo llegaron los dumplig de res, que resultaron ser la mejor entrada de la noche ($80). Coincidían perfectamente con la descripción de la carta.
Inmediatamente trajeron: el tofu al témpura ($85), que resultaba agradablemente acido y con los sabores bien integrados.
Al mismo tiempo llegaron los tacos chinos al pastor ($90), que si bien coincidían con la descripción de la carta, la lonja de tocineta (que conformaba el total de lo que aquí se sirve cono carne), resultaba poco agradable al paladar, pues estaba apenas sellada, así que decidimos no comerla (también pensamos que era demasiada grasa).
Finalmente llegó el pulpo al wok ($75). Lo tuvimos que regresar porque presentaba un sabor ligeramente azufrado (que el mesero atribuyo al curry) pero que cuando lo cambiaron no tenía más ese gusto. Resultó agradable debido a que la textura del pulpo era la correcta. Nada más.
Como intermedio, Eva decidió ordenar el ceviche de camarón con emulsión de coco y lichees ($85) que sólo sabían a leche de coco. Afortunadamente, lo combinó con un martini de mango con lo que resultó mucho más agradable.
Decidimos respetar la importancia de los platos fuertes y los ordenamos aparte, acompañados por una botella de vino.
Como primera opción Eva eligió el bacalao negro ($195) y Gerardo el pollo con achiote ponzu ($145). Pensábamos maridarlos con una botella de cava brut. El problema fue que no tenían bacalao, entonces Eva optó por el filete de res ($185) con puré de papas, salsa de pimienta con jengibre, verduras confitadas y aceite de trufa blanca. Definitivamente tuvimos que idear otro maridaje.
La carta de vinos es corta, con una opción limitada pero concreta. Nos decidimos por un tempranillo cosecha 2006 de Ribera del Duero de nombre Condado de Haza ($755). Que resultó una buena elección, de color rojo rubí, con aromas tostados de ciruela y cereza confitada con un toque de café. Un vino redondo, con sabores a frutas rojas y un prolongado final de boca.
El filete de res tenía una presentación muy abstracta que utilizaba chips de tortilla frita para dar altura al plato. El término y la textura de la carne eran correctas al igual que su sazón. La salsa combinaba bien y las verduras confitadas cumplían su función. El problema era que el aceite de trufa no se percibía correctamente, debido al sabor de la fritura de los chips de tortilla. La porción era aceptable, y en general (sin la tortilla) resultaba un buen plato.
El pollo con achiote ponzu tenía una presentación excelente, cocción y textura adecuados, pero no era el manjar con el que uno espera que lo sorprendan y lo transporten a otras tierras (para eso es comida fusión) u otros tiempos (como con una buena comida casera). No, era un pollo a la parrilla con salsa de achiote ponzu, con unas tiras de cebolla encurtida y una guarnición de camote amarillo confitado. Simplemente correcto.
De postre Eva ordenó la tarta de chocolate abuelita ($65) que resultaba interesante debido a que se ofrecía con una salsa de chile ancho, helado de té verde, crema con chai, papel de semilla de cacao y flores cristalizadas. Parecía una combinación explosiva. La tarta resultaba buena, tenía correcta concentración de sabor y agradable textura. El resto de los elementos que conformaban el plato, si bien acompañaban a la tarta, no ofrecían alguna mejora significativa, excepto por el papel de cacao, que brindaba un cambio de textura interesante. Muy importante el hecho de que en el plato no aparecía ninguna flor y mucho menos cristalizada..
Eva deseaba combinar su tarta con un vino de postre interesante que se ofrecía en la carta. Era un Dulche Baron Balche, pero tampoco había. Así que tuvo que conformarse con un Frangelico en las rocas como digestivo.
Gerardo remató con una nieve de limón amarillo ($55) que estaba cumplidora y venía acompañada de una galleta cubierta de chocolate. Era el único postre de toda la carta que no tenía lácteo.
Es importante señalar que mientras más avanzaba la noche, menos esmerado se volvía el servicio. Llegaron momentos en los que no había absolutamente nadie de servicio en el piso y, poco a poco, la actitud era menos encantadora.
En términos generales la pasamos bien, debido a que la mayor ventaja del lugar es que crea un ambiente óptimo para la charla, por lo que todos los demás elementos pasan a segundo plano, incluyendo la comida. Los viernes y sábados el nivel de la música es más alto y acude un DJ.
Como dato curioso, en la página de internet del corporativo de Richard Sandoval sigue apareciendo el Pámpano y no figura el Tuna. Esperemos que mejore su capacidad de reacción y que esta vez no se espine la mano.


http://www.richardsandoval.com/
Dirección:
Moliére 42. Col. Polanco Reforma
Tel. 5281 2010
Horarios:
Mar. y mie. de 13:30 a 23:00
Jue. a sáb. de 13:30 a 00:00
Dom. de 13:30 a 18:00

martes, 7 de diciembre de 2010

Rosetta… un lugar de moda

Rosetta es un lugar de moda. A este restaurante ubicado en la Colonia Roma de la Ciudad de México acude gente a observar y ser vista. La comida no es maravillosa, pero de que está de moda, está de moda.

Gerardo quería sacarse la espina de haber dicho por error que estaba cerrado, así que le propuso a Eva iniciar esta nueva etapa de El Pecado con Rosetta y ella aceptó.
Habíamos reservado para las tres de la tarde, pero se nos hizo tarde y llamamos para avisar, pero nos dijeron que después de esa hora no admitían reservaciones, así que llegamos a la buena de dios a ver si no estaba muy lleno, cosa que, siendo el lugar de moda, tiene su riesgo.
Para nuestra suerte había una mesa vacía, pero para nuestra desgracia era la peor de todas, justo a la entrada pegada a un biombo como si fuera una joroba que nos saliera de la espalda y muy cerca de la puerta, con lo que la corriente de aire helado de la semana pasada nos pegaba de lleno. Definitivamente un pésimo lugar para una mesa. Pedimos que nos cambiaran en cuanto hubiera otra disponible.
Mientras, decidimos tomar un aperitivo, lo que no resultó nada glamuroso porque no había carta de tragos y la opción tampoco era muy amplia. Nos ofrecieron mojito, Cosmopolitan, Campari o vino de Jerez. Optamos por esta última opción y ahí vino el primer error: nos llevaron una botella abierta, que no era suficiente para servir una copa completa y rellenaron esa misma copa con otra botella que abrieron al momento. Obviamente el resultante no cumplía con la expectativa, pues además el jerez de la primera botella estaba ligeramente avinagrado. Entonces vino el segundo error: le pedimos a un mesero (porque teníamos que atrapar al primero que pasara) que nos cambiara el jerez y literalmente se lo llevó, trajo otra copa y nos “aventó” literalmente la nueva copa, sin decir nada.
Ahí nos dimos cuenta que el servicio no iba a ser muy esmerado; y tuvimos razón. Fue una constante durante toda la tarde.
Finalmente, nos bebimos nuestras copas de jerez fino La Ina ($65 cada una).
De primer tiempo ordenamos croquetas de risotto de azafrán, jitomate y albahaca ($98), carpaccio de queso de cabra, miel y trufa negra fresca ($160) y mariscos crujientes y calabacitas con romero ($99), todo al centro. Las croquetas resultaban agradables, el sabor era correcto, aunque la presentación no era la mejor y la salsa de jitomate que la acompañaba no empataba, ya que resultaba demasiado ácida.
El carpaccio era interesante debido que la trufa era fresca y recién rebanada y el queso tenía buen sabor y textura. El problema era que la miel no tenía la consistencia y fuerza adecuadas (a Eva le pareció que estaba mezclada con algo más) y por lo mismo el pan que lo acompañaba (que por cierto no nos dijeron de qué era, pero suponemos que era de granos o integral) tenía un sabor intenso que dominaba sobre la miel, por lo que no resultaba el complemento ideal. Con todo, el ingrediente lo salvaba. Lástima que la presentación plana y sin contrastes de tonalidades hacía que el plato luciera completamente sin gracia.
Los mariscos crujientes fue la entrada menos afortunada, pues ni su apariencia ni su sabor eran óptimos. La textura del crujiente tendía más a lo blando y el sabor del marisco, no muy fresco por cierto, quedaba relegado por la cubierta que tenía un exceso de parmesano que predominaba sobre el resto, restándole identidad a los frutos de mar y haciendo que el plato resultara muy seco, por lo que Gerardo tuvo que bañarlo en limón para poderlo comer.
Las entradas las maridamos con un espumoso italiano (prosecco $95 pesos la copa) que sin ser nada del otro mundo, con una burbuja basta e irregular, era refrescante y cumplía bien su función.
De principal Eva pidió orecchiette con ragú de salchicha italiana ($150), el cual no resultó nada extraordinario. De nuevo la salchicha era de calidad y su sabor predominaba sobre todo lo demás; la salsa era apenas perceptible y la pasta era de una calidad comercial. Resultaba más bien un plato ordinario.
Mientras que Gerardo se decidió por la chuleta de ternera con puré de papas y verduras mediterráneas ($395), un plato que se ostentaba como la estrella de la carta, no sólo por ser el más caro, sino también porque fue el mejor ponderado por el mesero. No es común en México encontrar ternera tan destacada en un menú, lo que lo convertía en una opción interesante. El tamaño de la chuleta era adecuado y la carne tenía sabor suave, que no era potenciado por la salsa ni por el puré, sino exclusivamente por las “verduras” que se componían de diversos tipos de pimientos.
El maridaje de los platillos no fue sencillo, no porque resultara difícil encontrar un vino que combinara con ambos, sino porque la carta ofrecía opciones muy limitadas, centradas en su mayor parte en caldos italianos algunos de ellos excesivamente caros para lo que uno esperaría encontrar en un restaurante en la Roma, por más que esté de moda. Lo complementaban algunos vinos españoles, franceses y unos pocos mexicanos. Ante el panorama nos decidimos por un Beaujolais Nouveau 2010 ($480), pues es el momento óptimo para beberlo. Reconocemos que no fue la mejor opción para combinar con la salchicha y la ternera, y mucho menos con los quesos, pero aún así el vino, una vez refrescado, se dejó beber agradablemente, con su carácter fresco y jovial. Buena calidad. Cabe destacar también que nadie en todo el restaurante, ni meseros ni capitanes ni gerente nos ofrecieron la carta de vinos y mucho menos una recomendación o una opción de maridaje. Nada.
Después siguieron los quesos que eran de buena calidad, sólo que las porciones resultaban muy pequeñas y la oferta era demasiado escasa: dos variedades gorgonzola y taleggio. Nos hubiera gustado ver unos cuantos más.
A la hora de los postres, nos llevaron la carta y nos decidimos por la espuma de crema catalana con frutos rojos ($65) y las fritelle (frituras $65) de plátano con rellenas de chocolate con salsa de vainilla.
La espuma resultaba poco atractiva a la vista, puesto que la presentación era completamente sosa. El sabor era correcto y los frutos rojos agradables pero nada más.
Las frituras resultaron cuatro bolitas de la mentada fruta en su variedad tabasco, rellenas de chocolate fundido y que con el aceite no resultaba tan buena combinación, ni siquiera remojándolas en la salsa de vainilla, que realmente no añadía nada. El aspecto tampoco contribuía a hacer más apetecible el postre. Al final Gerardo sólo se comió dos de las cuatro bolitas y prefirió las galletitas de almendra que acompañaban al café, de las que pidió ración extra.
Para terminar, Gerardo pidió un café ($20) que estaba buenísimo. Era de Chiapas y se llevaba de calle a los Illy, Lavazza y Filicori. Eva prefirió un Pasito ($159), no uno sinaloense, sino un vino dulce italiano. Que por cierto no estaba a la temperatura adecuada.
La decoración es campestre italiana, bonita pero poco funcional por la arquitectura de la casa que se adaptó para el restaurante. A la entrada hay una pequeña tienda gourmet.
En conclusión, una cosa es la moda y otra muy distinta la buena mesa, o lo que es lo mismo, lo importante es lo que está en los platos y no la gente alrededor de ellos.


Dirección: Colima 166, Col. Roma
Tel. 5533-7804

Horarios:
De Lun. a Sáb. de 13:00 a 11:30 horas.