Este fin de semana fuimos a cenar al restaurante Philippe, en el cruce de Paseo de la Reforma y Constituyentes, en lo más alto de las lomas de Chapultepec, un lugar de ricos, pero feo.
El restaurante está en los bajos de un edificio, en una auténtica isla de concreto rodeada por un mar de coches. Gerardo llegó a las 9:30 y se encontró un lugar gélido y despoblado. Eva llegó un poco más tarde, porque venía de hacer sus compras navideñas. Cuando Eva llegó aún contábamos con la presencia del personal (bartender, capitán y hosstes) y había otra mesa donde estaban terminando de cenar.
Nos ofrecieron de tomar unos martinis que según el mesero son la especialidad del lugar y están hechos con vodka Grey Goosse. Eva se decidió por el de jazmín ($160) que le pareció aceptable y Gerardo prefirió un fino La Ina.
El restaurante, propiedad del chef chino Philippe Chow, abrió sus puertas en la Ciudad de México en 2006 y forma parte de una cadena que tiene su buque insignia en nueva York y cuenta con sus réplicas en Miami, Los Ángeles, East Hampton y Long Island.
La carta, si bien amplia, resultaba muy repetitiva, con descripciones en muchos casos insuficientes (en los rollitos de langosta no había ninguna). Tenía una oferta mas bien común con platos tradicionales y sólo un pequeño apartado denominado Philippe Contemporary.
Muy importante : no nos gustó que los nombres de los platos estuvieran en inglés con la descripción abajo en español, en letras pequeñas. Si el restaurante es chino que los pongan en todo caso en mandarín o en cantonés, con su explicación en castellano, pero no en inglés, sino en español. ¡Estamos en México! Nosotros pondremos los nombres en español por respeto a nuestra lengua.
Decidimos comenzar con cuatro entradas que fueron saliendo una tras otra, sin darnos tiempo de terminar la anterior y así, irremediablemente, se fueron enfriando.
Primero llegaron los Tacos de filete de res envueltos en hoja de lechuga con salsa de ciruela ($240) que con una presentación simple, combinándolos con la salsa, estaban bien en sabor y textura pero sobrevaluados, considerando la relación calidad y precio.
Los segundos fueron los Tallarines planos con pollo frito ($220). Los más aceptables. La combinación de ingredientes resultaba agradable. Único error: estaban fríos.
Luego los Rollos de langosta ($310) que tenían forma de ‘maki’ japonés. Venían rebozados con fécula de trigo y estaban acompañados de una exageradísima cantidad de perejil frito, nueces caramelizadas y una vinagreta. Como los comimos luego de 20 minutos de que los habían dejado en la mesa, estaban helados y, por lo mismo, la textura que habían adquirido no era la correcta. Caros, fríos y misteriosos, pues no tenían descripción ni nadie se tomó la molestia de explicarlos.
La ultima entrada fueron los Dumpling mixtos ($280). Había dos piezas de cada uno de los siguientes rellenos: sopa de cangrejo con carne de cerdo; edamame y, por último, sieu mai con cerdo y hongo negro. Estaban acompañados por una salsa de soya, jengibre y aceite de ajonjolí. Eran unos dumpling comunes y corrientes.
Mientras tanto, y poco a poco, el personal iba desapareciendo del restaurante: primero se fue la barman, después el capitán y luego el resto del servicio hasta que nos quedamos prácticamente solos y desatendidos. Exceptuando, por supuesto, a nuestro mesero, quien como el último de lo mohicanos se acercaba intermitentemente a nuestra mesa. Esto, obviamente, nos hacia sentir como si estuviéramos perdidos en el ultimo rincón de la tierra y no en un restaurante de lujo. Aun así decidimos continuar.
La carta de vinos era simple con oferta de diferentes países y algunas etiquetas muy caras. En realidad no se nos antojó nada más que un buen Merlot Monte Xanic cosecha 2006 ($720).
La primera opción de Eva fue el Robalo chileno al vapor con salsa de fríjol negro y ajo ($260) el cual nos informaron que ya no había. Y de Gerardo el filete mignon de la casa con salsa de pimienta negra ($320), que tampoco lo tenían.
Ya que no había lo que deseábamos en primer término, decidimos ordenar el Pato Pekín (traído de Long Island, NY), que costaba $750 para dos personas y que tarda 55 minutos en prepararse. Pero el mesero nos informó que ya el chef no lo podía preparar porque “ya había apagado el horno”, razón que nos parece muy tonta y demasiado grosera.
Entonces, ya completamente desanimados, optamos por el Atún crujiente con salsa de pimienta y un toque de ajo ($280), que se ofrecía en el apartado de platos contemporáneos y que de contemporáneo no tenía nada. La salsa era de un color muy oscuro y la descripción del mesero fue que tenía pimienta (vaya explicación). En realidad era un abuso de la pimienta y un olvido total de el ajo, ya que éste no se percibía y el conjunto resultaba demasiado picante. El pescado, simplemente cubierto por fécula de trigo y sellado por acción de una fritura profunda, no sorprendía en lo mas mínimo. Además de que la presentación era más que simple, simplona.
El Pollo Beijing ($260) en salsa de fríjol negro con nuez de castilla caramelizada tuvo dos inconvenientes. El primero es que a Gerardo se le ocurrió utilizar la anterior nomenclatura de la capital china y lo llamó Pollo Pekín (como el pato a fin de cuentas) a lo que el camarero, que más parecía editor de periódico, salto y corrigió el “error” casi con espada de fuego. El otro problema es que el dichoso pollo no sabía bueno. Tenía una salsa de gusto demasiado intenso y con una marcada presencia de la fritura en el rebosado. La presentación eran trozos amontonados y la carne estaba demasiado seca. Beijing, Peking o bendito pinyin, el pollo era malo.
Cabe mencionar el hecho de que, de pronto, el chef y el subchef (que por lo visto no tenían nada mejor que hacer) comenzaron a deambular por el salón sin ningún reparo para después irse.
Para terminar, Eva eligió la Muestra de postres ($245) que consistía en miniaturas de todos los dulces de la casa. Si por un lado la presentación era muy vistosa, en contraste el contenido era muy común. No había ningún postre maravilloso dentro del muestrario. El mejor de ellos fue el creme brulé.
La opción dulce que prefirió Gerardo fue la Muestra de frutos de temporada ($120), que consistía en una mezcla de frutos rojos sin más compañía que ellos mismos, lo que le pareció estupendo, pues una fruta es, en su opinión, una réplica del cosmos que no necesita de nada más para ser deliciosa. La selección era excelente, fresca, jugosa y bien presentada.
Gerardo acompañó su postre con el llamado ‘Jazmín dragn phoenix pearls’ que era té verde con flores de jazmín enrolladas a mano ($40), que rebasaba la expectativa, luego de tantas decepciones.
Y Eva ordenó un martini de lichee $160 que fue preparado por quién sabe quien, porque la barman ya se había ido y por lo tanto no estaba nada bueno.
Al final, la cuenta fue estúpidamente cara para no haber comido ni tan sabroso ni lo que hubiéramos querido ni haber pasado un momento que se acercara aunque fuera remotamente a lo maravilloso. Fue una cena antiglamour. Thank You Mr. Philippe Chow.
Dirección: Paseo de La Reforma 2620, Lomas Altas
Tel.: 2591 8963
Horarios: Lun. a Sáb. de 13:30 a 23:30
Dom. de 13:30 a 17:30
De acuerdo con ustedes, caro pero malo. Ademas el lugar te lo hacen parecer como de Philippe Chow, cuando enrealidad nada tiene que ver con el. La historia es que algun pariente de el (creo que un sobrino) se le ocurrio la idea de explotar la fama del tio o algo asi. Total que es una tranza y el dueño en Mexico, al parecer tambien. Pero como es tan caro algunas personas creen que es bueno.
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