Rosetta es un lugar de moda. A este restaurante ubicado en la Colonia Roma de la Ciudad de México acude gente a observar y ser vista. La comida no es maravillosa, pero de que está de moda, está de moda.
Gerardo quería sacarse la espina de haber dicho por error que estaba cerrado, así que le propuso a Eva iniciar esta nueva etapa de El Pecado con Rosetta y ella aceptó.
Habíamos reservado para las tres de la tarde, pero se nos hizo tarde y llamamos para avisar, pero nos dijeron que después de esa hora no admitían reservaciones, así que llegamos a la buena de dios a ver si no estaba muy lleno, cosa que, siendo el lugar de moda, tiene su riesgo.
Para nuestra suerte había una mesa vacía, pero para nuestra desgracia era la peor de todas, justo a la entrada pegada a un biombo como si fuera una joroba que nos saliera de la espalda y muy cerca de la puerta, con lo que la corriente de aire helado de la semana pasada nos pegaba de lleno. Definitivamente un pésimo lugar para una mesa. Pedimos que nos cambiaran en cuanto hubiera otra disponible.
Mientras, decidimos tomar un aperitivo, lo que no resultó nada glamuroso porque no había carta de tragos y la opción tampoco era muy amplia. Nos ofrecieron mojito, Cosmopolitan, Campari o vino de Jerez. Optamos por esta última opción y ahí vino el primer error: nos llevaron una botella abierta, que no era suficiente para servir una copa completa y rellenaron esa misma copa con otra botella que abrieron al momento. Obviamente el resultante no cumplía con la expectativa, pues además el jerez de la primera botella estaba ligeramente avinagrado. Entonces vino el segundo error: le pedimos a un mesero (porque teníamos que atrapar al primero que pasara) que nos cambiara el jerez y literalmente se lo llevó, trajo otra copa y nos “aventó” literalmente la nueva copa, sin decir nada.
Ahí nos dimos cuenta que el servicio no iba a ser muy esmerado; y tuvimos razón. Fue una constante durante toda la tarde.
Finalmente, nos bebimos nuestras copas de jerez fino La Ina ($65 cada una).
De primer tiempo ordenamos croquetas de risotto de azafrán, jitomate y albahaca ($98), carpaccio de queso de cabra, miel y trufa negra fresca ($160) y mariscos crujientes y calabacitas con romero ($99), todo al centro. Las croquetas resultaban agradables, el sabor era correcto, aunque la presentación no era la mejor y la salsa de jitomate que la acompañaba no empataba, ya que resultaba demasiado ácida.
El carpaccio era interesante debido que la trufa era fresca y recién rebanada y el queso tenía buen sabor y textura. El problema era que la miel no tenía la consistencia y fuerza adecuadas (a Eva le pareció que estaba mezclada con algo más) y por lo mismo el pan que lo acompañaba (que por cierto no nos dijeron de qué era, pero suponemos que era de granos o integral) tenía un sabor intenso que dominaba sobre la miel, por lo que no resultaba el complemento ideal. Con todo, el ingrediente lo salvaba. Lástima que la presentación plana y sin contrastes de tonalidades hacía que el plato luciera completamente sin gracia.
Los mariscos crujientes fue la entrada menos afortunada, pues ni su apariencia ni su sabor eran óptimos. La textura del crujiente tendía más a lo blando y el sabor del marisco, no muy fresco por cierto, quedaba relegado por la cubierta que tenía un exceso de parmesano que predominaba sobre el resto, restándole identidad a los frutos de mar y haciendo que el plato resultara muy seco, por lo que Gerardo tuvo que bañarlo en limón para poderlo comer.
Las entradas las maridamos con un espumoso italiano (prosecco $95 pesos la copa) que sin ser nada del otro mundo, con una burbuja basta e irregular, era refrescante y cumplía bien su función.
De principal Eva pidió orecchiette con ragú de salchicha italiana ($150), el cual no resultó nada extraordinario. De nuevo la salchicha era de calidad y su sabor predominaba sobre todo lo demás; la salsa era apenas perceptible y la pasta era de una calidad comercial. Resultaba más bien un plato ordinario.
Mientras que Gerardo se decidió por la chuleta de ternera con puré de papas y verduras mediterráneas ($395), un plato que se ostentaba como la estrella de la carta, no sólo por ser el más caro, sino también porque fue el mejor ponderado por el mesero. No es común en México encontrar ternera tan destacada en un menú, lo que lo convertía en una opción interesante. El tamaño de la chuleta era adecuado y la carne tenía sabor suave, que no era potenciado por la salsa ni por el puré, sino exclusivamente por las “verduras” que se componían de diversos tipos de pimientos.
El maridaje de los platillos no fue sencillo, no porque resultara difícil encontrar un vino que combinara con ambos, sino porque la carta ofrecía opciones muy limitadas, centradas en su mayor parte en caldos italianos algunos de ellos excesivamente caros para lo que uno esperaría encontrar en un restaurante en la Roma, por más que esté de moda. Lo complementaban algunos vinos españoles, franceses y unos pocos mexicanos. Ante el panorama nos decidimos por un Beaujolais Nouveau 2010 ($480), pues es el momento óptimo para beberlo. Reconocemos que no fue la mejor opción para combinar con la salchicha y la ternera, y mucho menos con los quesos, pero aún así el vino, una vez refrescado, se dejó beber agradablemente, con su carácter fresco y jovial. Buena calidad. Cabe destacar también que nadie en todo el restaurante, ni meseros ni capitanes ni gerente nos ofrecieron la carta de vinos y mucho menos una recomendación o una opción de maridaje. Nada.
Después siguieron los quesos que eran de buena calidad, sólo que las porciones resultaban muy pequeñas y la oferta era demasiado escasa: dos variedades gorgonzola y taleggio. Nos hubiera gustado ver unos cuantos más.
A la hora de los postres, nos llevaron la carta y nos decidimos por la espuma de crema catalana con frutos rojos ($65) y las fritelle (frituras $65) de plátano con rellenas de chocolate con salsa de vainilla.
La espuma resultaba poco atractiva a la vista, puesto que la presentación era completamente sosa. El sabor era correcto y los frutos rojos agradables pero nada más.
Las frituras resultaron cuatro bolitas de la mentada fruta en su variedad tabasco, rellenas de chocolate fundido y que con el aceite no resultaba tan buena combinación, ni siquiera remojándolas en la salsa de vainilla, que realmente no añadía nada. El aspecto tampoco contribuía a hacer más apetecible el postre. Al final Gerardo sólo se comió dos de las cuatro bolitas y prefirió las galletitas de almendra que acompañaban al café, de las que pidió ración extra.
Para terminar, Gerardo pidió un café ($20) que estaba buenísimo. Era de Chiapas y se llevaba de calle a los Illy, Lavazza y Filicori. Eva prefirió un Pasito ($159), no uno sinaloense, sino un vino dulce italiano. Que por cierto no estaba a la temperatura adecuada.
La decoración es campestre italiana, bonita pero poco funcional por la arquitectura de la casa que se adaptó para el restaurante. A la entrada hay una pequeña tienda gourmet.
En conclusión, una cosa es la moda y otra muy distinta la buena mesa, o lo que es lo mismo, lo importante es lo que está en los platos y no la gente alrededor de ellos.
Dirección: Colima 166, Col. Roma
Tel. 5533-7804
Horarios:
De Lun. a Sáb. de 13:00 a 11:30 horas.
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