domingo, 13 de febrero de 2011

Intolerancia

Hoy en día muchas personas sufren intolerancia a algún alimento: lactosa, gluten, azúcar... Y también sufren la intolerancia de la mayor parte de los restaurantes en la Ciudad de México. No estamos hablando de pequeñas fondas, sino de los locales caros, de supuesta categoría (vaya palabreja).
Son pocos los lugares en donde hemos encontrado una actitud amistosa y tolerante para las personas con necesidades alimenticias diferentes.
Es de esperar que si casi ninguno cuenta con instalaciones amigables para los minusválidos, su carta no tenga platos especiales o que su personal no esté capacitado para tomar en cuenta las necesidades de quienes no pueden comer ciertos ingredientes.
De los pocos lugares que se nos vienen a la mente que cuentan con instalaciones que suprimen barreras arquitectónicas para los minusválidos son Le Cordon Blue, de la casa de Francia, el Biko y el Oca, pues estos últimos cuentan con elevadores que los hacen accesibles a personas en sillas de ruedas, por ejemplo. Le Cordon Blue cuenta además con un menú en braille y organiza las llamadas “cenas a ciegas” para fomentar una cultura de la comprensión y la tolerancia.
En Biko, el desaparecido Ouest y Azul Condesa Gerardo encontró muy buena disposición del personal para evitar los platillos con lácteos. Y el Sud 777 es el único restaurante en donde al hacer la reservación le preguntan si sufre de alguna intolerancia o hay algún alimento que no puede comer y esto sólo si se reserva para la Mesa del chef, pero no para el salón. En Biko y Pujol preguntan al tomar la orden si se tienen restricciones alimenticias.
Todo esto viene a cuento porque hace unos días los pecadores fuimos a cenar a la Trattoria della Casanuova, en la gastronómica Av. de la Paz, en San Ángel, un lugar que se caracteriza porque todo el personal de servicio sonríe y saluda cuando uno pasa. Sin embargo, pese a su amabilidad, es un lugar profundamente hostil para las personas con necesidades diferentes. En la mesa de al lado un señor pidió que le prepararan un plato especial y recibió un rotundo “no” como respuesta. En nuestro caso también recibimos varios “noes” del mesero (un chico con una pésima actitud) y del capitán (que más bien parecía personal de seguridad con su walkie talkie) a peticiones tan sencillas como cambiar unos gnocchis por pastas. Todos los postres tenían lácteos y azúcar y Gerardo tuvo que pedir que le trajeran los wafles que se sirven en el desayuno con crema chantilly y frutos rojos, pero sin wafle y sin crema, o sea, las puras frutas, y que le cobraran el plato completo. El capitán-patrullero tuvo que hacer un gran esfuerzo mental para digerir la petición y acceder a complacerla. Ni que decir que acceder al local en silla de ruedas exigiría un esfuerzo similar a escalar el Everest y que en vez de carta en Braille tienen unos lindos caracolitos.
Invitamos a los restaurantes de la Ciudad de México a tener una actitud más tolerante, visionaria y apegada a las necesidades de sus clientes.

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