La cena en Central Brasserie fue de más a menos. Iniciamos con unos mariscos estupendos, pero fue decayendo la calidad con los platos subsecuentes. Lo mismo pasó con el servicio.
Acudimos la noche del sábado previa reservación. El lugar estaba casi lleno. Teníamos ganas de ir desde el año pasado, pero no lo hicimos sino hasta este fin de semana y nos encontramos con un lugar muy agradable, amplio y bien distribuido con una bonita terraza al fondo y el salón principal dividido en tres secciones: a la izquierda la cava y la barra, y a la derecha la cocina semiabierta. En medio muchas mesas y gabinetes y un considerable trasiego de meseros.
El concepto del restaurante remite a una típica brasserie francesa con platillos tradicionales ligeramente modificados. Es curioso que en Francia la palabra "brasserie" hace referencia a un lugar en el que se fabricaba cerveza y todavía en algunos locales se sirve la de la casa o en todo caso se cuenta siempre con una amplia variedad de esta bebida, mientras que aquí en México la cerveza es prácticamente ignorada en las llamadas brasseries.
A falta de cervezas la oferta de vinos era amplia. No así la de cocteles, que no contaba siquiera con una carta impresa. Eva pidió de aperitivo un Martini Central, con champagne, jugo de arándano y Contreau que estaba aceptable. Gerardo solicitó la carta de vinos y decidimos pedir una botella de la Veuve Clicquot rosado ($1,506) y aprovechar una promoción que por el mismo precio incluía una botella igual para llevar.
De un agradable color rosado, aromas de frutos rojos y frutos secos, fresco y elegante, con una burbuja fina, el Veuve Clicquot rosado maridó a la perfección con los mariscos, la pasta, el pollo y hasta con la carne que pidió Eva y las frutas que ordenó Gerardo de postre.
De entrada pedimos para compartir un Plateau Royal ($430) que incluía almeja chocolata, camarón para pelar, ostión y ceviche. Los mariscos, que según explicó el mesero, traen de Ensenada cada tercer día, habían llegado la jornada anterior y estaban fresquísimos. Tanto que se podían comer sin una de las mayonesas que nos sirvieron para acompañarlos (de chipotle, ajo, alioli y tártara).
También para compartir ordenamos unos Mejillones Marinière ($270 para dos) con vino blanco, perejil y echalotte. Estaban buenos, pero sin acercarse a lo maravilloso. A Eva incluso le tocó uno que no estaba bien limpio, lo que en un lugar tan caro no se justifica. De ahí todo en adelante fue en declive.
Lo que se salvo de descender por la pendiente fue la Ensalada Patagonie Sud ($160) que pidió Gerardo y que se componía de lechuga orgánica, cangrejo Alaska a la parrilla, con vinagreta de limones asados y bulbo de hinojo. Los ingredientes eran frescos, el cangrejo impecable y el aderezo conjuntaba bien los sabores.
Al mismo tiempo le trajeron a Eva los Ravioles Thermidor ($180) rellenos de langosta y queso mascarpone. ¡Horribles! El queso más que mascarpone parecía Filadelfia y tenía una textura desagradable. La langosta no destacaba, se perdía al lado del queso y la pasta de los ravioles. Pero lo peor de todo era la salsa cremosa con la que estaban cubiertos, estaba extremadamente salada. El plato era muy malo, totalmente desbalanceado y tuvo que regresarlo. Finalmente los descontaron de la cuenta.
De principal, Eva ordenó el Côte de Boeuf ($740). Eran 300 grs. de res calidad Kobe con salsa béarnaise y papas fritas. La carne era buena y estaba en el termino de cocción correcto (medio). Las papas fritas eran impecables, pero la salsa béarnaise tenía un extraño y desagradable dejo ahumado que no encajaba, así es que Eva tuvo que pedir que se la llevaran y de consolación le trajeron una demiglacé que resultó mejor opción para acompañar la carne. Pero le decepcionó mucho el que la primera salsa no resultara buena, porque hubiera sido la combinación perfecta.
Gerardo dudó entre pedir la Boullabaisse ($195) el Atún Saku ($240) o el Poulet Rôti ($180). Al final se decidió por este último que era un pollito de leche estilo rotisserie a las finas hierbas con reducción de vino blanco y moscato. No estaba todo lo suave que uno esperaría de un pollito joven y tierno, pero en cambio el sabor era correcto. Venía acompañado de unas cebollitas que se deshacían en la boca y que paradójicamente eran lo mejor del platillo.
En la carta de postres no había nada que Gerardo pudiera tomar así que tuvieron la amabilidad de preparar un plato de fresas con higos ($85) que estaba aceptable tanto en presentación como de sabor. El precio, comparado con el resto de los platillos hasta parecía barato; aunque si se comparan los costos de los ingredientes no lo era tanto.
En vez de postre Eva optó por la Tabla de quesos ($240) que incluía nueces y una compota de higos y cuyas variedades de mediocre calidad nunca fueron especificadas o descritas, por lo que sólo probó un poco de cada uno de los quesos y sus complementos.
Pensando que los quesos serian un buen final, decidió acompañarlos con una copa de maravilloso Sauterns Riussec 2002 Grand Cru ($280), que resultaba impecable, pero que estuvo apunto de perder su encanto a causa de un error imperdonable en un restaurante francés: lo sirvieron directo en un caballito, y el protocolo de servicio fue nulo, por lo cual hubo una gran decepción.
En conclusión, no es verdad que todo lo que empieza bien termina bien. En este caso empezamos con unos mariscos de grandes ligas, cuyo mérito radicaba sobre todo en la materia prima, y terminamos en las ligas menores.
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