El lugar busca ubicarse en un concepto mexicano no tradicional, con mucha imaginación. La decoración es original y se ubica dentro del kitsch. Es un tanto artificial y muy recargada, pero el resultado es una extraña forma de belleza no muy funcional. Por ejemplo, la mesa estaba montada sobre una antigua máquina de coser con su mecanismo de hierro en la base que quedaba oculto por el mantel y que provocó que Eva se diera un golpe que le dejó un raspón en la rodilla.
Para comenzar Eva pidió un trago a base de fresas y hierbabuena ($100) que tenía nombre de ciudad californiana y que resultó muy agradable y Gerardo una copa de Möet & Chandon Brut Imperial ($175).
La carta era amplia y con nombres muy ingeniosos. La oferta era básicamente mexicana fusionada con elementos de otras cocinas, con una tendencia a los sabores intensos y una buena variedad de opciones.
El chef nos envió como bienvenida un shot de vino tinto y nieve de limón.
El primer plato que ordenamos fue el Tiradito de atún y alcachofa sobre sandía asada y nopalitos enchilados ($99). Casi lo pedimos para compartir. La presentación era aventurada pero estética, pero los sabores no combinaban lo suficiente como para tener un resultado sublime. Además, el elemento principal no resultaba ser el atún sino la sandia, que por cierto estaba magnifica. Así es que nos la comimos con los nopalitos deshidratados y dejamos el atún, que no empataba nada.
Seguimos con La Vedette, que eran chamorritos de ancas de rana, salteados en ajillo de chile serrano ($125). Si tomamos en serio el símil del nombre del plato en el menú, la vedette de estos chamorritos debió ser Lyn May post cirugía, pues más que tiernos estaban bastante correosos, con mucho aceite y sabor a ajo que opacaba cualquier otro aroma del platillo.
El único plato que no compartimos se llamaba Los de aquí ($130). Lo pidió Eva y eran ravioles rellenos de queso de rancho y cabra en salsa de huitlacoche, adornados con chile güero y hoja de aguacate. Los ravioles estaban ligeramente crudos de las orillas, el relleno tenía buen sabor y la salsa de huitlacoche superaba en cantidad a los ravioles mismos. El chile güero estaba demasiado picante y la hoja de aguacate no apareció por ningún lugar.
Decidimos acompañar la cena con un vino tinto: Mariatinto 2009 ($644). A la vista era limpio y brillante, presentaba un intenso color rojo ciruela con matices granate. En nariz se percibían notas de fruta roja principalmente ciruela, flor de jamaica, especias y tabaco. En boca tenía una acidez vivaz, taninos medios y cuerpo medio. Resultó un vino agradable. El retrogusto era frutal.
En los platos fuertes volvimos a compartir. El primero fue El machín ($225), que era corazón de filete de res a las brasas sobre papa rústica y salsa verde molcajeteada. La carne era de buena calidad y estaba cocinada en el término indicado; las papas eran sabrosas y la salsa combinaba bien. Fue un buen plato.
También para compartir pedimos Las reinas, unas enchiladas de barbacoa estilo hidalguense con requesón ($185). Pedimos que sirvieran aparte la crema y el requesón, que resultó ser queso fresco. Luego Eva se los puso encima a su parte de las enchiladas y Gerardo las comió así como estaban. Hay que decir que las tortillas, de maíz morado, que pedimos sin freír, estaban un poco duras y la barbacoa, que pedimos sólo de maciza, era un tanto insípida. Lo mejor fue la salsa de mole que cubría los extremos de las enchiladas.
La carta de postres venía adentro de una historieta de Condorito. Un buen intento para darle un toque mexicano y popular, sólo que Condorito es chileno. ¿Por qué mejor no escogieron a Memín Pinguín o a la Familia Burrón? Esas sí son creaciones ciento por ciento mexicanas.
Eva eligió como postre El imperdonable, tarta de limón y lima con merengue y maracuyá ($75). La base estaba húmeda y como suele suceder en ese tipo de postres, el sabor a huevo estaba muy presente y el de maracuyá no aparecía por ningún lado. La presentación era muy simple.
El postre de Gerardo no estaba mejor. Se llamaba El suavecito y estaba anunciado como crujiente de frutas del bosque y hojaldre ($75). Nada indicaba que tuviera crema. Resultó una composición de tres pisos en donde lo que más había era crema chantilly, así que Gerardo separó las frutas rojas para comerlas solas, pero no estaban en su punto y también las dejó.
Pedimos que nos sirvieran el postre y nos subieran el vino, que no habíamos podido terminar, al bar que está en el primer piso. El ascenso fue como un viaje al kitsch más profundo, con unas imágenes de la virgen María y del dios indio Ganesh (el que tiene cabeza de elefante) coronando las escaleras.
En el bar fuimos cambiando de lugar según se desocupaban los lugares, pues los primeros sillones, hechos a partir del cascarón de maletas retros, eran originales, pero un tanto incómodos. Como llegamos tarde y el servicio fue muy lento, con lapsos enormes entre un plato y otro, terminamos siendo los últimos en abandonar el barco. Algo a lo que ya estamos acostumbrados.
Dirección: Álvaro Obregón 206, Col. Roma, Ciudad de México.
Tel.: 5584-0956
Horarios: Dom. a Mie. de 13:00 a 23:30 hrs.
Jue. a Sáb. de 13:00 a 00:30 hrs.
waooooooooooooooo...
ResponderEliminarCasi $ 2,000 en una noche. Valieron la pena?
ResponderEliminarValieron la pena porque a donde vamos procuramos pasarla bien y porque conocimos un lugar nuevo y diferente, Ahora bien, si preguntas si regresaríamos, la respuesta es no.
ResponderEliminarSaludos!!!
El pecado! uno en Paxia! :B
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