jueves, 28 de julio de 2011

Four Seasons, champaña a discreción

Para romper la rutina fuimos a desayunar al Brunch dominical del hotel Four Seasons. Lo mejor de todo fue la champaña Taittinger que nos sirvieron en vez de jugo de naranja y que bebimos como si fuera tal durante parte de la mañana y de la tarde.
La mañana era linda, soleada y la terraza se antojaba para sentarse, pero la única mesa disponible estaba bajo los implacables rayos del sol y junto a la parrilla, así que pasamos al interior del salón. Cuando comenzó a diluviar unas pocas horas después, nos alegramos de estar bajo resguardo.
El salón era amplio y agradable. En él se encontraba la mayor parte del buffete, comenzando por las frutas y terminando por los postres, ambos presentados de manera muy vistosa.
El servicio se ofrece de las 11 a las 16:30 horas. 
Existen varias barras, algunas de ellas en el jardín, como la parrilla, los frutos de mar y los antojitos mexicanos. La oferta incluye fruta fresca, ensaladas, carnes frías, quesos, jamón serrano, salmón ahumado, sashimi y sushi, cortes al la parrilla y pastas elaboradas al momento. 
La coqueta sección de postres incluye desde gomitas y malvaviscos hasta diminutas tartas y pequeños créme brulé.
Comenzamos por las frutas que estaban en su punto, después almeja chocolata y ostiones fresquísimos. Pasta no tan impecable y parrilla respetable.
A Gerardo lo que más le gustó fueron las quesadillas de tinga, huitlacoche y chorizo.
Los postres a la hora que terminamos de comer habían disminuido en cantidad y variedad, así es que nos quedamos con ganas de probar el créme brulé. 
Aún así tomamos varios, pero no los comimos todos, no porque ya estuviéramos satisfechos, sino porque ya vistos de cerca la verdad no se antojaban tanto.
La experiencia en general fue muy grata, salpicada de algunos detalles negativos, pero con champaña libre a quién le importa.
En el precio se incluía el 15% de servicio lo que, tratándose de un buffet, es bastante generoso. A cambio, los meseros y todo el personal se esmeraban por ser muy serviciales, lo que casi siempre lograban, pero a veces la actitud no iba de la mano de la eficiencia.
Sobre las dos y media de la tarde la afluencia de público era tal que se vieron completamente desbordados y un sólo cocinero para atender la barra de las pastas fue claramente insuficiente y tuvimos que esperar unos 45 minutos para que nos sirvieran las nuestras, que al final no coincidían completamente con lo que habíamos pedido.
A partir de experiencias pasadas, Gerardo creía que el puro estacionamiento iba a costar más que un almuerzo para dos en algún lugar del sur famoso por sus desayunos, pero... ¡Oh sorpresa!, no sólo no costó nada, sino que bebimos champaña como cosacos en París y sólo pagamos poco más de $2,300 por los dos.


Dirección:
Tel.: 5230-1818 
Página web: www.fourseasons.com/es/mexico
Mapa: http://www.fourseasons.com/es/mexico/directions_and_map/
Horario: Domingo de 11 a 16:30 horas
 

martes, 26 de julio de 2011

Vendimia en los viñedos La Redonda, Querétaro



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jueves, 21 de julio de 2011

Harry's Bar… la tentación de la carne

Esta ocasión elegimos visitar el Harry's Prime Steakhouse & Raw Bar. Ubicado En la Avenida Presidente Mazaryk, su oferta se basa en carnes y mariscos. muchos de sus ingredientes son traídos de zonas especificas y se caracterizan por el alto grado de calidad que alcanzan.
Nos atrajo especialmente una de sus especialidades: la carne de res. Ofrecen una amplia variedad de cortes de calidad certificada USDA Prime, además de carne añejada, carne Kobe y carne orgánica. Adicionalmente, aseguran cocinar los cortes en unos hornos que alcanzan una temperatura de 1000º C.
Al llegar nos ofrecieron un cómodo gabinete bien ubicado en el centro del largo local. Inmediatamente se puso a nuestra disposición un mesero quien nos ofreció un aperitivo. Eva eligió un martini de mango (S140), que si bien era muy dulce, resultaba agradable y Gerardo se decidió por un whisky Buchanan’s 12 con soda.
Pocos minutos después el mesero se acercó con dos platones en los cuales estaban dispuestos una gran parte de los cortes que ofrece el lugar, y nos explico uno por uno de una manera muy especifica y muy paciente.

Terminada la presentación de las carnes nos llevaron la carta, que no era muy grande, pero que ofrecía una buena variedad de opciones. Eva se decidió por el Ceviche de langosta ($270), que se ofrecía con un aderezo de chile habanero y pimiento amarillo con un toque de curry. La presentación era muy poco práctica y el sabor del curry se sobreponía al de todos los demás ingredientes. La langosta era fresca, pero no estaba perfectamente limpia, muestra de esto fue que un buen pedazo de caparazón apareció en la boca de Eva.
En cambio, el Cóctel de carne de cangrejo jumbo ($230) que pidió Gerardo era excelente. La carne del crustáceo es posiblemente la más fresca que ha comido en la Ciudad de México, a 350 kilómetros de la costa más cercana, y su sabor era exquisito. Venía acompañado por una salsa cocktail y una salsa tártara de habanero que combinaban perfectamente con el cangrejo.
A la hora de elegir el vino nos llevaron la carta que era amplísima. Al ver esto, Eva se emocionó mucho, tanto así que escogió tres opciones de etiquetas y pidió al mesero que se las mostrara. La triste realidad es que solo tenían una de las tres y era la que menos se le antojaba, así es que decidió ver otra etiqueta más. Igualmente, al preguntar las características del vino, se nos informó que no conocían los detalles.
Decidimos hacer un maridaje con una botella de vino tinto Vetus 2006, de la Denominación de Origen Toro, en la provincia de Zamora, España. A la vista se apreciaba limpio y brillante, de color cereza oscuro y capa alta, con borde rubí y una densidad aparente alta. En nariz presentaba una buena intensidad aromática en primer lugar percibimos las frutas rojas y negras maduras, notas tostadas, café y un poco de cacao, y al final una nota de regaliz. En boca resultaba un vino carnoso con taninos potentes pero agradables y permanencia larga. Fue una buena opción.
Después escogimos la carne que tal vez fuera la más saludable, pero no la más pequeña, entre los cortes. Decidimos compartir un Tomahawk, 100% Natural Black Angus ($780), obtenido de reses con una dieta de maíz. El peso del corte era de 1 kg. 
El mesero lo anunció como orgánico, lo que llamó la atención de Eva, ya que el sabor y la textura de la carne suelen cambiar mucho, y para ella resultan más agradables. Era un corte con hueso, pero venía presentado con el hueso desprendido, lo que facilitaba comerlo. Sin lugar a dudas, la carne era de muy buena calidad y estaba cocinada justo en el término que la habíamos ordenado: medio. Definitivamente les recomendamos que prueben la diferencia de una carne orgánica frente a una que no lo es, el sabor es muy diferente y sabroso.
Pedimos para acompañar unos Champiñones con vino blanco ($95), que simplemente estaban salteados con un poco de cebolla y al final con un poco de vino blanco; también estaban espolvoreados con un poco de cebollín. Estaban bien cocinados y resultaban un buen acompañamiento para nuestra carne. También pedimos una Papa al horno ($95) sin crema, para que Gerardo la pudiera comer. Estaba sencillamente deliciosa. Nada seca y con mucho sabor.
Ya para los postres, Eva pidió una de las creaciones con helado: el Cobbler de manzana ($135), que venía descrito como manzanas caramelizadas con una costra crujiente de galleta de avena a la mode, y cuya porción generosa, bien podría haber funcionado como desayuno energético de la mañana siguiente. En la proporción de los elementos del plato iba en el siguiente orden: helado, galleta y hasta abajo la manzana, que no estaba caramelizada, sino salteada, era de sabor agradable y tenía una nota de limón amarillo.
Al contrario del postre de Eva que era gigante, a Gerardo le llevaron un Cóctel de frutas ($40) que resultó ser un mini postre. En compensación con el tamaño, las frutas estaban en su punto y tenía un licor que combinaba perfecto y realzaba su sabor.
Para acompañar nuestros postres nos decidimos por un par de copas de Late Harvest Errazurriz, chileno, 100% Sauvignon Blanc ($85 c/u), cuya acidez contrastaba perfectamente con el dulce.
De cortesía nos llevaron un algodón de azúcar, al que nos limitamos a observar porque ya no podíamos más.
Y así terminamos nuestra suntuosa cena. Destacamos el hecho de que a lo largo de la noche el servicio fue muy esmerado y cortés y nosotros nos sentimos muy a gusto. Definitivamente vale la pena volver.

Dirección: Av. Presidente Masaryk 111, Col. Polanco, México D.F.
Tels.: 5255 0139 y 5255 0144

Página web: http://www.harrys.com.mx/
Horarios: Lun. a Dom. de 13:00 a 01:00 horas.  

martes, 12 de julio de 2011

Sabor Amor, el kitsch a todo lo que da

Escogimos ir a cenar a Sabor Amor, un restaurante que abrió sus puertas hace pocos meses en la colonia Roma, propiedad de la actriz Silvia Navarro, a quien nos encontramos en la entrada al llegar y que amablemente nos dirigió al host. El lugar estaba lleno a reventar el viernes por la noche. Habíamos reservado, pero llegamos tarde y nos dieron una mesa que no era la mejor, pero ni modo, fue nuestra culpa.
El lugar busca ubicarse en un concepto mexicano no tradicional, con mucha imaginación. La decoración es original y se ubica dentro del kitsch. Es un tanto artificial y muy recargada, pero el resultado es una extraña forma de belleza no muy funcional. Por ejemplo, la mesa estaba montada sobre una antigua máquina de coser con su mecanismo de hierro en la base que quedaba oculto por el mantel y que provocó que Eva se diera un golpe que le dejó un raspón en la rodilla.
Para comenzar Eva pidió un trago  a base de fresas y hierbabuena ($100) que tenía nombre de ciudad californiana y que resultó muy agradable y Gerardo una copa de Möet & Chandon Brut Imperial ($175).
La carta era amplia y con nombres muy ingeniosos. La oferta era básicamente mexicana fusionada con elementos de otras cocinas, con una tendencia a los sabores intensos y una buena variedad de opciones.
El chef nos envió como bienvenida un shot de vino tinto y nieve de limón.
El primer plato que ordenamos fue el Tiradito de atún y alcachofa sobre sandía asada y nopalitos enchilados ($99). Casi lo pedimos para compartir. La presentación era aventurada pero estética, pero los sabores no combinaban lo suficiente como para tener un resultado sublime. Además, el elemento principal no resultaba ser el atún sino la sandia, que por cierto estaba magnifica. Así es que nos la comimos con los nopalitos deshidratados y dejamos el atún, que no empataba nada.
Seguimos con La Vedette, que eran chamorritos de ancas de rana, salteados en ajillo de chile serrano ($125). Si tomamos en serio el símil del nombre del plato en el menú, la vedette de estos chamorritos debió ser Lyn May post cirugía, pues más que tiernos estaban bastante correosos, con mucho aceite y sabor a ajo que opacaba cualquier otro aroma del platillo.
El único plato que no compartimos se llamaba Los de aquí ($130). Lo pidió Eva y eran ravioles rellenos de queso de rancho y cabra en salsa de huitlacoche, adornados con chile güero y hoja de aguacate. Los ravioles estaban ligeramente crudos de las orillas, el relleno tenía buen sabor y la salsa de huitlacoche superaba en cantidad a los ravioles mismos. El chile güero estaba demasiado picante y la hoja de aguacate no apareció por ningún lugar.
Decidimos acompañar la cena con un vino tinto: Mariatinto 2009 ($644). A la vista era limpio y brillante, presentaba un intenso color rojo ciruela con matices granate. En nariz se percibían notas de fruta roja principalmente ciruela, flor de jamaica, especias y tabaco. En boca tenía una acidez vivaz, taninos medios y cuerpo medio. Resultó un vino agradable. El retrogusto era frutal.
En los platos fuertes volvimos a compartir. El primero fue El machín ($225), que era  corazón de filete de res a las brasas sobre papa rústica y salsa verde molcajeteada. La carne era de buena calidad y estaba cocinada en el término indicado; las papas eran sabrosas y la salsa combinaba bien. Fue un buen plato.
También para compartir pedimos Las reinas, unas enchiladas de barbacoa estilo hidalguense con requesón ($185). Pedimos que sirvieran aparte la crema y el requesón, que resultó ser queso fresco. Luego Eva se los puso encima a su parte de las enchiladas y Gerardo las comió así como estaban. Hay que decir que las tortillas, de maíz morado, que pedimos sin freír, estaban un poco duras y la barbacoa, que pedimos sólo de maciza, era un tanto insípida. Lo mejor fue la salsa de mole que cubría los extremos de las enchiladas.
La carta de postres venía adentro de una historieta de Condorito. Un buen intento para darle un toque mexicano y popular, sólo que Condorito es chileno. ¿Por qué mejor no escogieron a Memín Pinguín o a la Familia Burrón? Esas sí son creaciones ciento por ciento mexicanas.
Eva eligió como postre El imperdonable, tarta de limón y lima con merengue y maracuyá ($75). La base estaba húmeda y como suele suceder en ese tipo de postres, el sabor a huevo estaba muy presente y el de maracuyá no aparecía por ningún lado. La presentación era muy simple.
El postre de Gerardo no estaba mejor. Se llamaba El suavecito y estaba anunciado como crujiente de frutas del bosque y hojaldre ($75). Nada indicaba que tuviera crema. Resultó una composición de tres pisos en donde lo que más había era crema chantilly, así que Gerardo separó las frutas rojas para comerlas solas, pero no estaban en su punto y también las dejó.
Pedimos que nos sirvieran el postre y nos subieran el vino, que no habíamos podido terminar, al bar que está en el primer piso. El ascenso fue como un viaje al kitsch más profundo, con unas imágenes de la virgen María y del dios indio Ganesh (el que tiene cabeza de elefante) coronando las escaleras.
En el bar fuimos cambiando de lugar según se desocupaban los lugares, pues los primeros sillones, hechos a partir del cascarón de maletas retros, eran originales, pero un tanto incómodos. Como llegamos tarde y el servicio fue muy lento, con lapsos enormes entre un plato y otro, terminamos siendo los últimos en abandonar el barco. Algo a lo que ya estamos acostumbrados.

Dirección: Álvaro Obregón 206, Col. Roma, Ciudad de México.
Tel.: 5584-0956
Horarios: Dom. a Mie. de 13:00 a 23:30 hrs.
Jue. a Sáb. de 13:00 a 00:30 hrs.

viernes, 1 de julio de 2011

Benkay, a las carreras

La semana pasada decidimos ir a un restaurante japonés de gran tradición que ya habíamos visitado otras ocasiones quedando muy satisfechos. El Benkay, que está en la planta baja del Hotel Nikko de la Ciudad de México.
Habíamos reservado para las nueve y media de la noche y nos informaron que el restaurante cerraba en punto a las once, y que después de esta hora solamente podíamos quedarnos a terminar nuestros tragos en el salón. Y bajo estas condiciones decidimos aceptar.
Llegamos a la hora acordada y como es tradición nos preguntaron qué deseábamos beber. Gerardo se decidió por una jarrita de sake frío ($200) que estaba excelente y además era el de la casa. Aunque lo mejor fue la garrafa en que lo sirvieron, de vidrio soplado estilo murano con una burbuja a la mitad para alojar el hielo. Eva se decidió como siempre por un martini, en este caso de lichi ($200).
Durante toda la noche estuvimos confundidos, debido a que el servicio de nuestra mesa corrió a cargo de tres personas diferentes, las cuales nunca estuvieron muy coordinadas ni tenían muy claro lo que ocurría en la misma.
Si bien uno de los meseros que nos atendía conocía muy bien el contenido de la carta, nunca nos sugirió algún plato ni tampoco opinó nada cuando hicimos nuestros pedidos.
Gerardo, que iba con ánimo de descubrir, pidió el menú de degustación -Benkay Kaiseki- ($1,200) que constaba de siete platos y postre, a elegir por el chef siguiendo un orden previamente establecido en la carta.
El menú comenzaba con un Entremés que incluía cuatro pequeñas delicias: Gelatina de mariscos, todo un reto para atraparla con los palillos y con un sabor suave y elegante; rollo de salmón con calabaza China; pato y haba rellena de pasta de camarón al témpura, repartidos a los extremos de un palillo y, por último, pez relleno de su propia hueva. La intensidad de los sabores era marcadamente ascendente, en el orden descrito.
Eva comenzó con una entrada fría: el queso de soya con salsa del mismo cereal y condimentos (Hiya Yakko $70), que no eran mas que cuatro trocitos de tofú sobre una cama de hielo, acompañados por un poco de salsa de soya, hojuelas de pescado deshidratado, cebollín y jengibre. Un plato muy agradable para abrir boca.
Gerardo ni siquiera había probado bocado cuando ya estaba sobre la mesa el segundo plato, anunciado como Sashimi en el menú y que era una porción de atún toro, otra de arenque japonés y una más de camarón dulce. Todo muy fresco y de buen sabor.
Eva siguió con un plato que ya había escuchado antes, pero no se había atrevido a pedir, el témpura de cangrejo de las nieves, (Zuwaigani Témpura, $300) que es de un crustáceo entero con todo y caparazón (la característica particular de este producto es que su caparazón es blando). El sabor denotaba la frescura del producto, pero era tan intenso y la textura tan contrastante, que resultó demasiado para nuestro poco educado paladar occidental y no pudimos terminarlo. Hablamos en plural, porque los dos lo probamos.
Gerardo apenas estaba terminando el entremés cuando le llevaron una reconfortante Sopa Miso con pescado, fideo y alga. Deliciosa. ¿Qué tendrán las sopas japonesas que son terapéuticas?
Y hablando de sopas, Eva siguió con unos Fideos gruesos de harina con cerdo y cebolla (Butanegi Udón $65). A la vista parecían muy grasosos y pesados, pero ya al probarlos resultaban muy sabrosos, con los sabores muy bien combinados y la pasta perfecta. A pesar de que los japoneses acostumbran tomar la sopa al final, resultó agradable como tercer tiempo.
Por supuesto que antes de que Gerardo se diera cuenta ya estaba su cuarto tiempo: el platillo al vapor, Nímono, que llevaba pulpo, zanahoria y papa japonesa, según la descripción del mesero, todos cocidos con agua en estado gaseoso, muy sabrosos.
Muy a destiempo y casi a la par que la sopa llegaron las dos piezas de Niguiri que Eva había ordenado al inicio de la cena: uno de atún akami ($75) que era de muy buena calidad y uno de carne kobe ($100) que venia sellado, y que para su gusto hubiera estado mejor crudo, porque se acabo enfriando y perdió su gracia.
Para acompañar nuestra cena decidimos tomar un vino blanco monovarietal: Sylvaner 2007 de la Maison Trimbach (Appellation Alsace Controlee). Un vino seco, delicado y muy fresco. Que nos ofrecía un color amarillo canario, un cuerpo ligero, aromas sutiles a cítricos y piña verde. En boca tenia una acidez marcada, pero muy agradable, se confirmaba la nariz. Resultaba la combinación perfecta con nuestros platillos. El único problema fue que a pesar de que lo pedimos desde el primer plato, nos llegó hasta el cuarto platillo. Además de que nos preguntaron repetidamente (como cinco veces) qué vino habíamos ordenado. 
Y exactamente tres minutos después de la sopa llego el último plato de Eva: la Anguila con cama de arroz servido en cama japonesa (Una Jyu $245), que si bien venia en una presentación mas elegante que en cualquier restaurante de cocina rápida japonesa, no era nada fuera de lo común, salvo por una sopita de miso rojo que la acompañaba y que se antojaba mucho. Pero como Eva tuvo primero que tomarse la sopa, luego los niguiri y al final la anguila más que fría, éste no fue el mejor plato de la noche.
También a la carrera trajeron el plato a la plancha de Gerardo, que era Wagyu (carne japonesa) con seta y espárrago, y que incluía en la misma plancha de hierro nabo -rojo- y cebollín para mezclar en la salsa de soya. Una carne muy tierna y de delicado sabor que estaba acompañada de manera sobria, pero muy correcta, de una seta grande y dos trozos de espárrago verde al dente.
Gerardo ni siquiera se dio cuenta cuando le dejaron el platillo frito, que consistía en un témpura de camarón envuelto en nabo, y también unos chiles capeados al estilo japonés que, por fortuna, no picaban mucho, pero que sí tenían todo el sabor del chile e iban estupendamente con el crustáceo.
Ya casi para finalizar, y siguiendo la costumbre japonesa, llegó lo que en el menú de degustación estaba anunciado como platillo a base de fideo o arroz y que resultó ser una Sopa Udón con el consabido efecto similar al de una visita al Spa tras una terapia con el doctor Freud.
Desde el inicio de la apresurada cena, Eva le pidió al primer mesero que nos atendió que le avisara 10 minutos antes de que cerrara la cocina para ordenar un postre, a lo que el mesero asintió. Pese a ello, después de nuestros platos fuertes llegó otro mesero a decirnos que ya había cerrado la cocina, y ¡oh sorpresa!, no habíamos ordenado nuestros postres.
Después de una explicación y como tres vueltas, accedieron a llevarle a Eva un postre de nombre Pasion coconut ($80), que se describía como geleé de coco y su espuma, acompañado de sorbete de mango-maracayá y su compota. Era un postre con una presentación interesante y un sabor agradable. Sólo hubo un pequeño detalle y era que habían excedido la cantidad de grenetina utilizada en el geleé y el fondo resultaba mucho más denso, lo que creaba una textura
desagradable.
A Gerardo le tocó una bola de nieve de mango como parte del menú. Quiso ordenar, además, la fruta de la estación que estaba en la carta, pero con el pretexto de que ya había cerrado la cocina se la negaron.
Ya no pedimos vino de postre ni té o café, pues la cosa estaba en plan de sálvese quien puede y tonto el último. Así que nos limitamos a solicitar la cuenta y nos fuimos, no sin antes dar un paseo por el salón, muy sobrio, casi rallando en lo austero, pero elegante y bonito. Los restaurantes nipones son así, y prefieren la formica al cedro, por decirlo de alguna manera.
Al final fue una cena contra reloj y a las once de la noche ya estábamos saliendo del estacionamiento. A los términos Fast Food y Slow Food podemos ahora agregar este: comida carrereada.

Dirección: Campos Elíseos 204, Col. Polanco Chapultepec, (dentro del Hotel Nikko México).
Teléfono: 52 83 87 00.
Horario: Lun. a Dom. de 13:00 a 23:00 hrs.