Los miércoles en el restaurante Valkiria son de martinis y de jazz. De eso nos enteramos ya en el lugar y nos sorprendió que pese a ello el camarero nos preguntara a palo seco, nada más sentarnos, qué queríamos tomar. Le pedimos sus recomendaciones y nos recitó los cinco martines clásicos y trillados. Le preguntamos si tenía carta de tragos y, oh sorpresa, nos llevó la más completa jamás vista hasta ahora por estos pecadores.
Tras un largo escrutinio Sonia se decidió por el Fall in Love ($110), con vodka, champaña y passoa que no le pareció maravilloso y definió como un mal intento de un kirsch royal.
Gerardo pidió uno de mango con chamoy que de plano no se bebió porque el mango no se percibía por ningún lado, devorado por la acidez el chamoy. No reclamó y simplemente lo puso a un lado, pero tuvieron el detalle de no cobrarlo, algo que casi no pasa en la mayoría de los restaurantes.
Nos sentamos en la terraza, que es muy acogedora, con una iluminación ideal, ni muy fuerte ni muy tenue.
Pedimos tres entradas. Dos estaban regulares y la otra muy buena. Era unos tacos de pato al pastor ($131) que traían su piña y su jardín y que acompañaba una salsa de chile de árbol con mango deliciosa. El pato se derretía en la boca con un sabor equilibrado a axiote que junto con lo dulce de la piña y la salsa recreaba el inconfundible sabor de un taquito callejero.
Cuando trajeron los rollitos chinos ($69), que de hecho fue lo primero que nos sirvieron, no nos dio tiempo de decirle al mesero que no los repartiera en los platos, para poderles tomar la foto en su presentación original. No fueron ni con mucho los mejores y no por el gusto del relleno, que aunque distaba mucho de un ‘spring roll’ original, no era malo. Lo que sucedió es que por el tamaño de la porción (5 cm. aproximadamente) la pasta ‘egg roll’ se hacía gruesa predominando sobre el sabor de todo lo demás.
La tercera entrada fue unos tacos de langosta ($130) que no ameritan ningún comentario, excepto que estaban totalmente insípidos, la langosta estaba sobre cocida y la tortilla era como para mendigos, de lo dura que estaba. Al final fueron tres comentarios.
Para decidirnos por los fuertes tuvimos que revisar una carta muy variada, con propuestas orientales, italianas, francesas y, en menor medida o en toques de fusión, mexicanas. En general una oferta muy completa como para complacer a cualquier paladar.
La vajilla era homogénea, platos cuadrados, blancos seguramente con la intención de resaltar nada más que los alimentos.
Sonia se siguió con un pato ($197) anunciado con miel de agave y jalea de jitomate. La presentación no era nada complicada, pero la cocción del pato no favorecía nada al sabor y mucho menos a la textura que se hizo seca y pastosa. La miel de agave no era tal, sino que era una salsa de mezcal y caramelo, que en compensación era realmente buena y acompañaba muy bien el conjunto. Por otro lado, la jalea de jitomate estaba bien hecha pero tenía exceso de comino, un ingrediente que por su intensidad tiende a predominar sobre casi cualquier otro.
Gerardo con una propuesta más sana, como casi siempre, pidió un esmedregal con costra de chorizo ($205), sobre una cama de frijoles y salsa verde que, a diferencia del pato de Sonia, estaba delicioso. El chorizo era de primera, con un sabor definido, pero no penetrante, que combinaba muy bien con el pescado, en el punto ideal de cocción, y que hacían un todo delicioso con la cama de frijol.
Para acompañar nuestros platos fuertes, esta vez se nos antojó un tempranillo Jardín Secreto 2007 ($800), de la bodega Adobe, una edición especial con carácter animal y herbal, complejo, con muchos matices por su constante evolución.
La atención del sommelier, junto con la música y el ambiente, fue lo que más nos gustó del Valkiria.
A petición nuestra nos hizo una mini cata en la que la iluminación no colaboró mucho para apreciar el color, pero sirvió de contraste para que luciera la nariz y salieran infinidad de aromas que surgían al evolucionar el caldo.
De postre Sonia pidió una créme brulé doble ($86), de liche y cardamomo. Un dúo delicioso, sobre todo la de cardamomo con una parte cítrica muy acentuada, la de liche estaba buena pero no era tan intensa de sabor.
Gerardo, ante la nula oferta de postres sin lácteos, como en casi todos los establecimientos en México, pidió lo único que debía comer, a saber, los típicos sorbetes ($81) que eran mejor que los de otros lugares y peor que los de otros muchos.
Hubo una cortesía de galletitas de mantequilla, merenguitos, uvas cristalizadas y unas tejas de almendra. Todos muy ricos, aunque la teja estaba blanda. En contraste con la cortesía, cobraron $25 de cubierto por persona.
Para acompañar los postres, el sommelier nos recomendó un Ice wine de la bodega Pillitteri Estates Winery, de Canadá ($110 por copa). Los aromas de ate de membrillo, chabacanos y miel maridaban de maravilla con el dulce.
La noche era fresca tras un profuso aguacero caído en la tarde. Con todo, estar en la terraza era agradable por su decoración sencilla, pero hecha para sentirse a gusto. Ya sobre la una de la madrugada comenzó a refrescar y Sonia tuvo que ponerse el abrigo.
En cuanto al servicio, podemos decir que fueron muy atentos, constantes, profesionales y amables. Sólo podemos quejarnos del primer mesero al que, obvio, le dio flojera recomendarnos un buen martini o tal vez no se sabía la carta.
Dirección:
Presidente Masaryk 419, Col. Polanco
Tel.: 5280-6242 / 5280-6682 / 5280-7293
Horario:
Dom de 13:30 a 18:00 hrs.
Lun a Mie de 13:00 a 00:00 hrs.
Jue a Sab de 13:00 a 00:30 hrs.
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ese me hace acordar a un restaurante de Recoleta en donde los platos te los sirven asi de bien..
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