jueves, 18 de marzo de 2010

Oca, obsesión por la estética


Iniciando la semana con un martes que parecía lunes por el puente, Gerardo se despistó al llegar al restaurante Oca, en la calle de Moliere, donde antes estaba el Águila y Sol y se detuvo en La Tecla sin darse cuenta.
La sorpresa de ver que no habían respetado la reservación que había hecho, para las 10 de la noche, no fue suficiente para percatarse del error. Comentó atónito con Sonia que el lugar había cambiado, pues la carta era radicalmente distinta. Todo se aclaró cuando Gerardo preguntó al mesero qué había pasado con la cocina molecular, a lo cual éste respondió ofendido que esa nunca había sido su tendencia y que más adelante estaba el restaurante Oca donde sí había dicha comida.
Salimos entre apenados y muertos de risa por perdernos a dos locales del Oca.

Ya en el Oca sí tenían noticia de nuestra reservación, y de inmediato nos pasaron. Como cortesía nos ofrecieron una aceituna líquida y otra negra rellena; mazapán de camarón; flor de calabaza caramelizada rellena de tamarindo y limón; teja de cacahuate y un delicioso creme brulé de roquefort, todo en diminutas porciones pero que estaban muy buenas a excepción del mazapán, cuya textura era más bien chiclosa.
Comenzamos por pedir agua mineral de Piedra -nacional que no le pide nada a Perrier- ($72). De aperitivo, Sonia empezó con un Martini de chamoy ($126) que estaba refrescante y era al final un trago golosina. Gerardo pidió un mezcal Alipus ($105) que no se terminó.

La presentación de la carta era de diseño: una caja de madera con un cuadernillo en negro y plata y hojas de papel artesanal. El contenido ofrecía cinco opciones de cada tiempo: entradas frías, entradas calientes, pescados, carnes y postres más una tabla de quesos. Estaba muy equilibrada y tenía suficiente variedad.

De entradas calientes ordenamos para compartir pulpo presentado en laminas, con arroz cremoso de almejas, aderezo de limón confitado y jengibre ($163) que era más bien para olfatos rudos por su preparación, y alcachofas cocidas al natural con consomé, ligeramente aciduladas, con hojas de flor de capuchina y jugo de trufa ($128) que tenían sabores muy equilibrados y suaves.

Y también pedimos una entrada fría que era un gazpacho de cerezas y camarón, con camarones confitados, esferas de Campari y cerezas de temporada ($170), con una presentación de jardín orgánico digna de haber sido pintada por El Bosco.
La presentación de cada plato era realmente minuciosa y meticulosamente diseñada, formando una composición de color y textura armoniosa que hacía un todo con la vajilla y los utensilios, así como con la decoración misma del lugar.
Para maridar Sonia había sugerido el vino Ícaro de la bodega Sinergi, Valle Guadalupe, que es un coupage de nebbiolo, merlot, petit syrah, o bien la reserva de Casa Madero. Una joven sommelier, por su parte, recomendó el Cinco estrellas y coincidió en alabar al Ícaro ($1,530) por el que al final nos decidimos, pese a su precio, pues no era cosa de escatimar en una noche que se antojaba perfecta.
Además de su juventud, nos llamó la atención su profesionalismo. Antes de servir el caldo, preparó las copas impregnándolas del vino para eliminar cualquier otro aroma, después lo sirvió y estuvo muy pendiente de la temperatura; con todo no se percató de que la copa de Sonia estaba despostillada, pero en general fue muy amable y profesional.

Como platillo fuerte Sonia se decidió por el atún cocinado como tataki, con arrope de tomate, albedo de limón, salicornia, lechuga de mar a modo de ensalada, roca de tinta y crustáceos ($296). La roca literalmente la enloqueció por su realismo (parecía piedra pómez) que contrastaba con lo esponjosa y suave que era, como pastel. Además la unión de los aromas concluían en el contraste de sabores dulces, ácidos y marinos que explotaban en la boca.

Gerardo pidió el bacalao negro, que era el lomo del pescado confitado en aceite de oliva sobre jugo reducido de sus espinas con un ragout hecho al momento, vainas de ejotes tiernos, chícharos, habas y hongos ($360). El sabor del platillo era, en este caso en particular, mejor que la apariencia. Con todo, se quedó con las ganas de haber pedido el cabrito, pues en una visita anterior comió el cochinillo que estaba delicioso y no puede decirse tanto del bacalao.

Para terminar, pedimos que nos subieran a la terraza una tabla de quesos ($224) que comprendía cinco porciones de diversos quesos, todos maduros, con su respectivo acompañamiento para combinar. Muy, muy bueno.
Hubo cierta resistencia a subir los quesos pues, supuestamente, la política de la casa es no servir alimentos en la terraza, pero ante el argumento de que la vez anterior que Gerardo comió en Oca sí le subieron los postres, y ante el no menos contundente hecho de que la terraza estaba vacía, cedieron a servirnos ahí. Sin contar el incidente, todo el servicio de los meseros, capitán y hasta la propietaria fue muy esmerado, constante y con gran disposición.
Ya arriba, nos ofrecieron diversos panes a escoger, llevaron lo que quedaba del vino y pedimos Sonia café americano ($37) y Gerardo un té verde artesanal ($42). La casa convidó un petit four, que era un macarrón relleno con crema de rosas.

La decoración del sitio es sobria, moderna y elegante con toques acogedores y que te permiten concentrarte totalmente en sus creaciones culinarias. La terraza en particular es la mejor área del restaurante, con una iluminación tenue y agradable, sillones cómodos y un ambiente relajante.
Había refrescado bastante en la noche y nos estábamos congelando, pero el capitán a petición de Gerardo cerró la cortina de cristal, lo que junto con un calentador de flama ayudó a templar el ambiente.
Se nota que el concepto del lugar está bastante estudiado y es acertado, con varias similitudes en diseño y técnicas con el afamado Ferrán Adriá, del no menos famoso restaurante El Buli.
Fuimos con mucho los últimos en salir, pasadas las dos de la madrugada y cerramos, literalmente, el lugar. Valió la pena.

Dirección:
Moliere 50, Col. Polanco.
Tel. 5281 5062 y 5064.
Horarios:
Lun. a sáb., 13:30 a 22:30 (La terraza permanece abierta hasta las 02:00)

4 comentarios:

  1. Hola..

    No se si por que sea una de tus primeras experiencias que nos compartes aquí al final no entiendo del todo,, Si te gusto o no ?? Lo recomiendas,, Me queda un poco confusa,, Te agradecería,,

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  2. Definitivamente sí nos gustó tanto a Gerardo como a Sonia, quien entonces era co escritora de El Pecado. Por eso fuimos los últimos en salir a las dos de la madrugada. La frase del final lo dice todo: "Valió la pena".

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  3. bUeno en realidad se podrian enterar bien de todo, muchos de los platos son copiados, aunque eso no le quita la muy buena aplicación de la tecnica y el buen manejo de la cocina, los chefs son unos cracks

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  4. Con mucha tristreza nos enteramos que Oca cerró definitivamente las puertas. Es una verdadera lástima que un lugar que fue sin duda uno de los mejores restaurantes de México, haya llegado a su fin.

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