Izote es un vocablo que viene del náhuatl “iczotl”, y que se refiere a la flor de la yuca, una flor blanca muy olorosa que es comestible. También es un restaurante de la chef Patricia Quintana, ubicado en la sofisticada avenida Presidente Masarik, en Polanco, cuya decoración y mobiliario de estilo austero contrastan con la zona donde se ubica.
Llegamos a cenar el jueves a las 9 de la noche sin haber reservado y no tuvimos problema para encontrar mesa, pues el lugar estaba a tres cuartas partes de su capacidad. Nos sorprendió que no hubiera hostess, por lo que además del señor del valet parking nadie nos dio la bienvenida. Con todo, un mesero nos dijo que nos sentáramos en la mesa (desocupada, se entiende) que quisiéramos.
Dentro de su sencillez, se ofrece un estilo pulido de cocina regional mexicana, con una oferta limitada de vinos.
Escogimos un par de mezcales como aperitivo. Eva prefirió un mezcal joven orgánico de Durango ($92), muy apropiado, y Gerardo un Los Danzantes reposado ($124). Ambos venían acompañados por unos deliciosos trozos de naranja y una sal de gusano muy sabrosa.
Mientras esperábamos nos llevaron unas gorditas, cortesía de la casa, con polvo de camarón y requesón que sólo Eva pudo comer, por los lácteos, y que no le parecieron nada del otro mundo.
Como entrada, Eva quiso probar el Chile poblano relleno de chicharrón prensado ($234) al tomatillo milpero con salsa de frijol negro y crema. Por su tamaño, más que entrada parecía un plato fuerte. El sabor de los elementos que lo conformaban resultaba agradable, pero la textura del Chile no era la correcta, ya que estaba prácticamente crudo, razón por la que le preguntamos al personal de piso y nos dijeron que así se servía. Peculiar situación. Decidió acompañar este plato con una copa de Casa Grande Cabernet Sauvignon ($208).
Gerardo, tras mucho pensarlo, pues se le antojaban varias cosas, se decidió por las Enchiladas de langostita de río o camarón ($203) en salsa de pipián verde estilo tuxpeño. La langostita (o acamaya) sólo se sirve si es temporada; de otra forma el relleno es de camarón. A decir del chico que nos atendía, éstas tenían una mezcla de ambos ingredientes, pero lo cierto es que sólo se percibía el camarón. De cualquier modo, estaban deliciosas, pues el pipián era excelente y las pepitas molidas lo complementaban a la perfección. Para acompañar, escogió una copa de vino rosado Casa Madero V ($80), que fue un buen maridaje.
Por pura curiosidad Eva pidió el Fideo seco con chicharrón incrustado al chile ancho ($163), que se quedó muy lejos de acercarse a uno bueno, de los tantos que ha probado en muchas fondas.
A Gerardo no le correspondía plato alguno en este tiempo, pues pidió que se esperaran a que Eva comiera su ensalada para que a él le sirvieran la suya. Sin embargo, no sólo ignoraron este punto, sino que le llevaron el plato principal totalmente fuera de lugar. El problema se originó en que durante toda la noche nos estuvo atendiendo el ayudante del mesero, quien tenía un buen conocimiento de los platos y las bebidas, pero no la sutileza y atención necesarias para satisfacer a un cliente exigente. Al principio pensamos que esta situación iba a ser momentánea, pero por desgracia continuó así hasta los postres.
Con todo, hay que reconocer que la Pechuga con mole almendrado con tortita de papa ($275), aunque a destiempo, estaba deliciosa. El almendrado era suculento con la pepita molida y el pollo estaba en su punto, con excelente textura. La tortita de papa resultó ser una suerte de panque hecho con el tubérculo y con cantidades industriales de queso parmesano, por lo que Gerardo lo probó, pero no lo comió. El platillo maridó bien con una copa de Madero Casa Grande Chardonnay ($208), que pidió como segunda opción, pues en realidad se le había antojado la botellita de 200 ml. de Môet Chandon Brut Imperial, pero ya no tenían.
Los dos escogimos la Ensalada verde con lechugitas del campo orgánicas ($133) con vinagreta de la casa, cebolla morada, queso panela y aguacate. Era una ensalada buena, ligeramente pasada de aderezo, y con unas julianas de tortilla frita que aportaban textura. La única diferencia fue que Gerardo pidió la suya sin queso.
Como plato principal Eva ordenó el Chamorro revolucionario en barbacoa ($280) con salsa empulcada y tortillas de comal. Lo sirvieron deshuesado, envuelto en una hoja de maguey. La carne resultaba suculenta. Y la salsa acompañaba bien, aunque le faltaba un poco de sazón. Las tortillas estaban bien calientes y frescas. Lo que provocó que uniendo los elementos se prepararan unos buenos tacos de barbacoa. De consolación a Gerardo le convidó un taco. Eva acompañó este plato con una copa de Casa Madero Shiraz ($155).
De postre Eva prefirió la Natilla a la vainilla de Papantla ($143) con teja y trufas de chocolate. La natilla era simple y las trufas eran demasiado dulces, mala combinación, pues éstas apocaban a la primera. Así que dejó a un lado las trufas y disfrutó solo de la natilla.
Gerardo se alegró de que entre las sugerencias se incluyera una de Mangos con frambuesas, zarzamoras y coulis de frutos del bosque ($137) que estaba acompañada con teja de almendra. La combinación era buena y las frutas estaban en su punto y bien presentadas.
Para acompañar nuestros postres escogimos beber sendas copas de El gran divino 2008 de Chateau Camou ($122 cada una). Presentaba un color dorado y aromas de toronja, piña, durazno y mantequilla. En boca se confirmaban los aromas, tenía un gusto untuoso y buena persistencia.
El restaurante cierra temprano y aunque salimos a una hora razonable, apenas media hora después de la media noche, fuimos, una vez más, los últimos. La experiencia fue buena en general, pero fallaron muchos detalles, que son los que hacen la diferencia entre una noche redonda y otra que no lo es.
Dirección:
Masaryk 513, entre Sócrates y Platón, Col. Polanco Chapultepec
Tel. 5280 1671
Horario: Lun. a Dom. de 13 a 23 hrs.